La calle necesaria
«Estamos hipotecando nuestro tiempo», afirma un filósofo al hablar de la dependencia al alza de los teléfonos. No sé en qué medida es o no verdad, porque, por otra parte, distintos estudios cuestionan la idea de que los móviles están minando la salud mental de los jóvenes y ponen el foco en la falta de contacto físico. Hablan unos y otros de las horas que se dedican a las redes sociales, y ponen el grito en el cielo o acuden al cambio de los tiempos. La vida está en internet, dicen los segundos.
Es verdad que los porcentajes de los niños que jugaban y juegan regularmente en la calle ha cambiado notablemente de una a otra generación. Incluso los padres que en su época jugaron casi de forma permanente al aire libre ponen ahora trabas a sus hijos para hacerlo, al considerar que la calle tiene no pocos peligros. Posiblemente tengan buen parte de razón. De ahí, según algunos observadores, que las nuevas urbanizaciones se piensen con esta idea de fondo. Es verdad que al asunto habría de añadirse el espíritu de sobreprotección de la infancia. Otra cosa bien distinta es si los niños, o una buena parte al menos, elegiría la calle o la soledad de su habitación ante una pantalla. En cualquier caso, los interesados en estos asuntos pueden encontrar algunos argumentos en el libro de Inma Martín, Jugar .
Uno piensa, de cualquier forma, que es necesario el contacto físico de la calle y el juego en ella como manifestación y ejercicio del espíritu y del juego libres. Es la calle necesaria. O la necesidad de la calle como escenario en que podamos enriquecer distintas potencialidades, no solo, llegado el caso, espacio para chatear. El juego, la exploración, con frecuencia imaginativa e indagadora, de las posibilidades de la calle han de ser, pueden ser una de las principales ocupaciones de la infancia.
En este asunto tan debatido en la actualidad, con opiniones para todos los gustos y colores, la mesura y el análisis tienen que ser principios rectores de actuación. No se pueden crear ni inventar culpas. Posiblemente necesitemos más explicaciones y pedagogía que prohibiciones. Y si es el caso, que posiblemente lo sea, quien tenga responsabilidades en el asunto de hacer más segura la calle, que tome cartas en el asunto, sobre todo porque es un espacio de libertad, de cercanía y de vecindad. La calle no es de nadie, como tantas veces se predica. Es de todos.