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Antonio Pérez Henares

Esto, con Franco, ¡sí! que pasaba

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El proceso de imposición y de acatamiento, que es aún peor, de la censura y con ello de la violación de nuestra libertad de expresión está ya a punto de culminar. Estamos asistiendo a los penúltimos retoques para que nos la conviertan en ley y los definitivos gaseados propagandísticos para que encima digamos que es bueno, dulce y por nuestro bien y que facha el que no baile a su son.

Porque lo primero que hay que conseguir, y en eso en realidad llevamos años es conseguir la abducción de cuanto más porcentaje mayor de que lo que se está perpetrando es un avance hacia la bondad universal y algo consustancial con la causa universal del «progreso». De hecho, ello está ya en gran parte madurado y conseguido. Los santos mandamientos de esta nueva inquisición se han ido extendiendo y convirtiéndose en obligado cumplimiento en todos los ámbitos, y nuestra manera de hablar y nuestro miedo a expresarnos. La autocensura ya es un hecho asumido y el paso a haberse convertido en norma cuya ruptura es castigada como delito se ha dado ya en muchos aspectos.

Lo de ahora es la definitiva vuelta a la cerradura para dejarnos del todo engrilletados. Para volvernos medio siglo atrás. Porque esto, sí que sí, pasaba con Franco. Y lo que ahora se han puesto a llamar Regeneración Democrática, el truco de siempre de bautizar de blanco con lacito rosa la peor y más letal pestilencia, es el retorno de la censura y el control de los medios de comunicación, santo y seña de toda dictadura y obsesión de todo tirano.

Cuando España y su pueblo, que estuvo entonces a la altura del reto y dio una lección al mundo, recuperó sus derechos como tal y su Libertad se cuidó muy mucho de colocar y resaltar la de expresión, información y opinión, en visible y destacado lugar de su Constitución. Y ahí está. Pero el sanchismo ya ha aprendido la forma y tiene para ellos los palanganeros precisos instalados y al mando de quien tiene la misión de velar por su cumplimiento, de que se pueda demoler y vulnerar, bendiciendo, ademas, su violación.

La libertad de expresión y el derecho a la información están, por supuesto, sometidos a las leyes y no pueden pisotear los derechos de los demás. Y a quien se puede recurrir y quien debe dictar sentencia sobre ello es el Poder Judicial. Que es ahora al que se quiere también controlar y si no se puede pues sustituirlo como ahora pretenden hacer. Un sanedrín de ministros será el «tribunal» de vigilancia y sanción que decida lo que es correcto o no publicar y aplicar las sanciones y correctivos a los díscolos. O sea, los censores de siempre disfrazados de defensores de la «limpieza» y la «transparencia» y de la Democracia, claro está.

Lo que en realidad es hacer que esté prohibido hablar mal de Sánchez, su mujer, su hermano, su cuñada, de todos sus allegados y de todo aquel que él decida que tiene su «protección».