Vivir bajo el puente
Cuando unas tontas contemporáneas —ascendidas al poder por los vericuetos de la política— decidieron defender los derechos de los inquilinos, los caseros, asustados, retiraron sus pisos en alquiler y los pusieron a la venta. No hace falta ser doctor en Economía bajo sospecha, como Pedro I, El Mentiroso, para saber que, cuando baja la oferta y aumenta la demanda, suben los precios.
Las tontas contemporáneas —tan ignorantes como faltas de experiencia— creían que un casero es un millonario que fuma puros caros, o un fondo de inversión poderoso, al que denominan «fondo buitre».
Las tontas, tan desinformadas como inconscientes, no saben que, gran parte de los caseros que alquilan pisos, son personas de clase media y clase media baja, que, con grandes sacrificios, adquirieron una vivienda cuando sus ingresos les permitían pagar la hipoteca, como una inversión para el futuro que les permitiera completar su pensión de jubilados, o les sirviera para pagar una residencia, o dejar algo tangible a sus hijos.
Ese alto porcentaje de caseros modestos, temerosos de las nuevas leyes, y asustados de la facilidad con la que un okupa puede quedarse en una propiedad ajena, durante dos o tres años —deje el piso destrozado y no reciba ni una bronca— acudieron a la agencia más próxima para que pusiera el antiguo piso de alquiler, en venta.
Ante este empeoramiento del mercado, Pedro I, El Mentiroso, dijo que su Gobierno comenzaría a construir viviendas sociales. Empezó con 40.000, aumentó la cifra, y en los últimos mítines pasaban de 200.000. El problema es que todavía no se ha puesto el primer ladrillo de la primera vivienda, los precios siguen subiendo y, por mucha devoción que se le tenga, se abre camino la certeza de que se trata de otra mentira más. Y van....
A todo esto, la afirmación de que la economía española va como una moto, no se refleja en el mercado inmobiliario, donde no debe haber demasiada confianza en la moto, porque se construye poco. Igual es que no se trata de una moto de gran cilindrada, sino de un modesto ciclomotor de segunda o tercera mano, que reclama llevarlo al taller.