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La izquierda, tan sensible a los pequeños matices entre las cosas, en cuanto se habla de cualquier asunto que la sobrepase por la derecha —y desde que Sánchez gobierna en coalición lo son casi todos, porque el socialismo es la derecha de ese pacto de gobierno y por momentos parece que aspirase también a ser la derecha de este país— pierde a menudo esa capacidad crítica inmediatamente, ve bultos y todos los bultos le parecen idénticos. Cuando contempla con ese ojo vago el horizonte político tiende a meter churras y merinas en el mismo saco, como si curiosamente hubiera extraviado de sopetón ese juicio del pormenor y el detalle que le ha permitido, por ejemplo, discernir hasta treinta y siete etiquetas diferentes para su ley de identidad de géneros. Pedro se pasó aquel debate electoral al que no acudió Feijóo afirmando junto a Yolanda que Vox y el PP eran lo mismo. La derecha, en general, no tiene esos deslices porque de mano no tiene demasiado ojo para los matices, confundiendo con cierta contumacia el tocino con la velocidad, como el impresentable pico de Rubiales con un ataque a la hombría en su conjunto.

Estamos ante un caso de guadianesca ceguera temporal selectiva. O sea: lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Ser aliados de gabinete de un partido que reivindica el momio del comunismo no sé yo cómo casa con que el eurosocialismo del PSOE renunció al marxismo con Felipe González y no sé si hasta al materialismo histórico. Felipe González, ese padre de la iglesia al que ahora tachan de fósil o dinosaurio los testigos de Jehová del socialismo de reciclaje para el siglo XXI y la agenda 2030. Haz Suresnes para que venga un pijoprogre cuarenta años después a explicarte lo que es el socialismo fetén. No sé. Me parece a mí.

Por ir de lo general a lo particular, que es norma en el columnismo, digamos que la diferencia entre el PP y Vox va mucho más allá de lo ideológico: en el partido popular se ha tenido como ministrable a un campeón de lanzamiento de huesos de aceitunas, pero nunca se puso como vicepresidente autonómico a un imitador certificado de rebuznos. Puede parecer poca la diferencia, pero es la misma que va de la tentación al pecado o del dicho al lecho. Casi nada, tú.