Los mastines mueren de pie
El Tom vino al mundo en un paraje en el que ahora se suicidan los urogallos y ampara a los osos que se resetean de la agenda globalista antes de reingresar al espacio que los vio nacer; tenía la capa canela, como los Golden del apostolado de la bondad, y hechuras del Cáucaso, que no contempla la norma del BOE, en ese ánimo de regular hasta las entrañas de los rasgos ancestrales, que todo es poco con tal de recaudar en el cajón de las Ánimas. Si la horma de la reencarnación se ajustara al mastín, la mitad norte de la provincia de León estaría plagada de Tomes, guerreros de Terracota que rinden honores a la semilla genética que inspiró a la generación anterior, cuando los mastines recibían el bautismo en el nombre del Navarro, del Tigre, el Turco. La Tuerta, el Cojo, la Muda, el Sordo recogen en la cabecera del DNI las consecuencias de la hoja de servicios de esta raza sobrenatural que honra a León con su presencia. Las patas del Tom no eran su esencia de mastín; tampoco su sexta uña, que tiene fines de inmortalidad más allá de los detalles que recrean los manuales de morfología, que racionalizan las situaciones en vez de romantizarlas, como merecen las correrías nocturnas de estos perros, capaces de hacer guardias de tres días, misiones de una semana, hasta cumplir, y hasta el punto de que, al retorno, no es posible recordar el motivo por el que emprendieron la incursión. Con los mastines, a veces, pasa igual que con las consultas externas del hospital, un año después de la citación. No recuerdas a qué vienen. Un mastín es su comportamiento con el ganado más que su morfología, aprecia la veterinaria Sara Bermúdez, que santifica con ciencia la consideración popular que clasifica a esta raza de perro leonés (español, se apresura a corregir la prensa del poder). Los mastines mueren jóvenes; se aprecia al retorno del verano, duro como las peñas que pisan, hambriento como la cuaresma que guardan, inmisericorde, cruel, tenebroso como las fauces a las que se enfrentan. Así y todo, tienen ese mandato ancestral que les impide dar un paso atrás. Ay, qué sería de León si sus políticos fueran mastines. Los mastines mueren jóvenes, dispuestos a la batalla. Como murió un tal Alejandro Magno. Igual que murió el Tom.