Defensora de dictaduras
Cuando Fidel Castro implantó el comunismo en Cuba, las relaciones con la dictadura franquista atravesaron una etapa compleja. En España el comunismo era el principal enemigo, pero después de algunos incidentes diplomáticos consta que el propio Franco rechazó que se rompiesen relaciones con algún país iberoamericano, tanto daba que se tratase de regímenes dictatoriales como los de Trujillo o Strossner que democracias de izquierdas como la de Venezuela o la de Salvador Allende en Chile. Pero los tiempos han cambiado en la política: en Iberoamérica se ha venido consolidando la democracia y de manera especial desde que se implantó en España por la influencia que ejerció sobre algunos regímenes autoritarios. Cuba continuó propagando su comunismo y las relaciones no por eso se rompieron, antes al contrario, mejoraron. Nuestro país ejerce en la práctica de embajadora global de Latinoamérica en Europa.
Con esta tradición que tendría que haberse afianzado conforme a los avances de la democracia entre los países hermanos, como ha ocurrido entre Portugal y sus antiguas colonias africanas, está ocurriendo lo contrario. Hay dos ejemplos claros y preocupantes. Inesperadamente las relaciones con Argentina de pronto se interrumpieron de una manera inexplicable por la antipatía que surgió entre los dos jefes de Gobierno. Es evidente que Javier Milei no es un modelo a imitar, pero fue elegido presidente por una mayoría clara e indiscutible de los argentinos. Se le podrá censurar, pero nadie podrá acusarle de dictador ni es rechazado por otros gobiernos. Este ejemplo contrasta con lo que está ocurriendo con Venezuela.
Venezuela, otro buen aliado en España, pasó de ser una democracia modélica a una dictadura corrupta y cruel, como consecuencia de un golpe de Estado militar, que obligó a ocho millones de habitantes, que se dice pronto, a huir al extranjero. Y todo, no con la indiferencia del gobierno democrático español, sino con su colaboración. La mayor parte de los países vecinos y las organizaciones internacionales se han puesto en contra del fraude electoral. Las trampas en las elecciones para perpetuar a Nicolás Maduro fueron censuradas por todos los demócratas excepto por España, por su Gobierno socialista, desacatando lo decidido por el Congreso, el Senado, la UE, la ONU y la mayor parte de los españoles que culpan al presidente Sánchez, con la colaboración de su predecesor Zapatero, de liderar esta situación. Es incompresible que la España que sufrió tantos años de dictadura se haya convertido en la que defiende a otra similar en un país hermano.