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En España se trata con mayor cortesía y exquisitez al lobo que al ganadero. Los ministros, en general, no han visto un lobo en su vida y, si han visto a un ganadero, habrá sido en la boda de algún pariente. Cualquier ministro ha expresado, públicamente, en más de una ocasión, su inmensa preocupación por esos pueblos que disminuyen de habitantes de manera constante, su firme voluntad de tomar medidas paran que esa tendencia revierta, pero ningún ministro recibe a los ganaderos para enterarse de lo que les sucede.

El excelente naturalista y divulgador Félix Rodríguez de la Fuente nos alertó, en el siglo pasado —e hizo lo correcto— de la posible desaparición del lobo. Ahora ya no existe ese peligro, ni en España, ni en Europa. En España, por ejemplo, hay unas 300 manadas de lobos, con una decena de miembros por manada. Este crecimiento ha sido posible porque el lobo está declarado como animal estrictamente protegido, lo que significa que, si un pastor mata a un lobo para defender su ganado, le pueden multar con hasta dos millones de euros y, si no los tiene, los puede cambiar por dos años de prisión. Al lobo, en cambio, si mata a media docena de ovejas y deja heridas a otras tantas, ni siquiera le echan una bronca.

El lobo no es que le tenga manía a las ovejas, porque también mata caballos y vacas. Lo de las ovejas se debe al instinto ancestral de los depredadores, que les incita a que lo que puedas matar hoy, aunque no te lo puedas comer, lo podrás tener para mañana, y mañana, quién sabe, a lo mejor no hay suerte y no se encuentra ningún rebaño.

El desprecio de este Gobierno hacia agricultores y ganaderos, sin recibirles, sin interesarse por sus problemas, y contribuyendo al cierre de ganaderías y abandono de explotaciones, contrasta con la cortesía que se le tiene al lobo y que, si continúa, puede llegar a ser peligrosa incluso para la población humana.