Una vida
Ha muerto Julián Muñoz. Un símbolo de la Marbella podrida en la que el glamour se fundía con las cloacas y los negocios con las artes del hampa. Lo público tomado como un asunto privado y lo privado como cosa de trileros al por mayor. La prosperidad viajaba en bolsas de basura rebosantes de dinero. Mucha purpurina y el cartón piedra forrado con pan de oro. Jesús Gil fue el maestro y a su alrededor crecieron los fervientes y furibundos aprendices. El chalet exclusivo y la celda de Alhaurín quedaron comunicados por un pasadizo para iniciados. El ascensor social confundido con un montacargas de desperdicios o con un carricoche de feria capaz de lanzarte desde la bodega a la punta del pararrayos. Y así fue como el camarero Muñoz llegó a la alcaldía de una ciudad vestida de falso lujo.
Muñoz culminó su carrera enredándose con la cupletista del pueblo. La viuda del torero y el hombre hecho a sí mismo. Quién daba más —o quién quitaba más podría decirse dándole la vuelta al lema de los tahúres—. Pasearon su romance por el cuartelillo y por los arenales de Doñana camino del Rocío y de la cárcel. Como estampa miserable quedó aquella pose del regidor o exregidor evacuando aguas menores a la orilla del camino. Ejemplarizaron la altanería en un paseíllo que para sí lo habría querido el mejor novillero en una tarde desastrosa. «Dientes, dientes», susurraba la cupletista, y Muñoz, que tenía figura de picador, obedecía levantando la oruga del bigote.
Sonreírle a la adversidad. Responder con indiferencia a los golpes por mucho que dejaran temblando el alma, y los bolsillos. Porque esa fue la cara B de la copla. Enfermo y arruinado, Muñoz contaba cómo la cupletista le descuadró la renta. Le puso una aspiradora a su dinero, vino a decir. Para eso tanto pelear, tanto fajarse con su antiguo mentor, el feroz Gil al cuadrado. Arañando por el poder. Pagando las consecuencias. Tragándose burlas, traiciones, infidelidades sentimentales, destrozos familiares. Todo por un sueño. Por un paseo en una carroza que no iba a ninguna parte, que giraba sobre sí misma como un carricoche de feria. Hasta que se acabó el boleto. Hasta que otra gente tenía que subir a la noria. Y el disco y la cantante se iban a otra feria, con otra copla o con la misma copla a otra parte. Mientras, el derrotado Muñoz entraba en cautiverio y, según me contaron responsables del presidio, se comportaba con educación máxima y la humildad de los sabios. Con los compañeros de infortunio y con quienes los vigilaban. Triste ejemplo de una perdición. Un relámpago sin lluvia, un fuego de artificio que iluminó el cielo de los extraviados. Una vida.