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Es inadmisible que Felipe VI no le haya mandado aún una carta a López Obrador pidiéndole perdón por las barbaridades que hicieron los conquistadores hace quinientos años. Puede que el señor López no tenga pintas de guerrero azteca, con ese bonito pelo de director de orquesta, pero si él dice que desciende de Moctezuma por línea directa habrá que creerle y ofrecerle nuestras disculpas por haberles enviado a los abuelos del propio señor López. Confiemos en que la proclamación de su sucesora, la señora Sheinbaum, apellido muy común entre las indias tlaxcaltecas, no se verifique en la pirámide de Chichén Itzá o que, al menos, no haya que matar a dos vírgenes y extraerles el corazón a tres chiquillos para que los arúspices le pronostiquen un mandato venturoso. Los aztecas eran muy avanzados con sus astronomías y sus hierbas, pero tenían malas pulgas y machacaban sádicamente a las tribus vecinas, que incluso se unieron a los invasores y ahora ya no sabemos a quiénes debemos pedir explicaciones por eso. A la historia habría que exigirle una menor confusión.

Me parece muy oportuno, en cualquier caso, que la nueva presidenta afronte los problemas del país por orden cronológico. Eso revela una mente lógica, cartesiana. Primero hay que ajustar cuentas con el pendejo de Hernán Cortés y luego revisar críticamente la gestión del emperador Maximiliano, colocado en el trono de Chapultepec por Napoleón III y fusilado por Benito Juárez. Al final de su mandato, tal vez pueda la presidenta Sheinbaum dedicarle unos minutillos al cártel de Sinaloa y a esa molestia menor del crimen organizado. Al señor López Obrador, qué lástima, no le ha dado tiempo.