La herencia de México
Cuando México se independizó en el año 1821 de España, la herencia que allí quedó era nada menos, y en palabras del gran científico y explorador Alexander Von Humbolt, considerado mundialmente referencia intelectual de la época, ser la cabecera la región mas emergente, floreciente, rica, desarrollada y con mejor futuro del Planeta.
Ese había sido su juicio tras haber recorrido desde el año 1800 al 1804 tanto su territorio como los del resto de la América Hispana. Las razones, directamente comprobadas sobre el terrero, eran su pujanza económica, sus rutas comerciales terrestres y marítimas que enlazaban incluso el Pacífico con Europa, sus esplendidas ciudades, Monterrey, Acapulco, Veracruz, señoreadas por la gran urbe, la capital, México, que se consideraba primera referencia mundial, su potencial demográfico y su nivel de servicios públicos, comenzado por los hospitales, amen de su potencia cultural con su ristra de universidades.
Desde luego no era ningún lugar atrasado y deprimido; tal imagen que ahora se intenta transmitir es la mas rotunda y escandalosa falsedad. Era todo lo contrario y por ello codiciado al igual que el resto de aquel mundo hispano, por las potencias enemigas, con Inglaterra por delante, deseosas de apoderarse de él y en el caso concreto de México por el descollante vecino del norte, los Estados Unidos de América.
Aquella fue la herencia española, la de verdad, la que allí quedó alli hace ahora dos siglos. La herencia de la que los que desde entonces comenzaron a gobernar habrían de dar cuenta. ¿La han mejorado o al menos la lograron preservar?. Me parece que la respuesta no les deja precisamente en ningún buen lugar. De inicio una buena parte de aquel territorio no es ya ni siquiera suyo, pues lo primero que «consiguieron» fue perder una inmensa extensión, mas de 2,5 millones de kilómetros cuadrados. Lo que ahora son nada menos que diez de los estados que componen EE UU: California, Tejas, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y Colorado en su totalidad y parte de Wyoming, Kansas y Oklahoma. Eso así como que casi para empezar, antes había sido lo del «Emperador» Maximiliano, fue la conclusión de la desastrosa guerra de 1946-48 de la que El Álamo y aquel general Santa Ana, es lo que más nos suena, porque el resto no fue sino un paseo militar norteamericano que bien pudo haberse hecho con el poder en toda la nación si le hubiera interesado el hacerlo.
La acusación de genocidio se cae también por su propio pie. Basta con mirar quienes componen hoy la inmensa mayoría de su población. Resulta que el 90% de ella es mestiza.
A lo que estamos asistiendo ahora es a un panfleto, burdo y demagógico, trufado del presentismo mas atroz y con la sentencia escrita antes de empezar.