En el Congreso y en el estadio
El fondo Sur del estadio Metropolitano parecía el Congreso en las sesiones de control de los miércoles, a las que sólo les faltaría el lanzamiento de mecheros para que el parecido fuera total. El pim-pam-pum de la Carrera de San Jerónimo se ensaña con Sánchez; el del campo del Atleti, con Thibaut Courtois. Ahora bien; la bronca, la misma, y quien la arma, gente que debería tener prohibida la asistencia a partidos de fútbol y a parlamentos donde, como su nombre establece, se va a hablar, no a insultar.
Sabemos, o tememos, que el alto grado de violencia verbal que se alcanza en el Congreso, producto del sectarismo, la incontinencia y la mala educación, puede trasladarse a la calle, donde a las personas no les queda otra que convivir, preferiblemente sin el cuchillo entre los dientes, sea cual sea su adscripción ideológica. No obstante, y sin descartar del todo algún influjo del enrarecido ambiente político en la conducta de los indeseables de los graderíos, lo más probable es que lo de éstos venga de origen, de fábrica. A unos y otros energúmenos les une, eso sí, su determinación de emporcar dos actividades nobles, el deporte y la política.
El domingo se armó en el Metropolitano un pifostio de tal calibre, que obligó al árbitro, a la presidenta del Congreso como si dijéramos, a suspender veinte minutos el partido. ¿La causa? Podría estimarse que, siendo los derbys Madrid-Atleti encuentros calientes de suyo, las provocaciones gestuales del portero merengue, Courtois, contribuyeron a desatar la ferocidad de los ultras de la llamada «grada de animación», que no le perdonan al ex-guardameta del Atleti el feísimo comentario que hizo al fichar por el eterno rival: «Ahora estoy en el lado bueno de la historia».
Pero también podría estimarse que los descerebrados de los mecheros lanzados contra el arquero son así, con y sin provocación alguna, y, sobre todo, que bajo ningún concepto deberían estar ahí, entre aficionados normales que van con sus hijos y se llevan la merienda para el descanso. O dicho de otro modo: la gente que falta, sobra. Así en el Congreso como en el estadio.