La camioneta del guarda
Mola por ese momento Sinaloa, cuando la pickup de altísima gama del guarda abre la comitiva camino a los pinos; la pata y los patitos, una procesión de diez o doce todo terreno lujosos, ninguno matriculado en León, ni censado en León, que por no dejar en León ni dejan la mordida que le da el Gobierno al precio del combustible; ni la itv, que es otro de los negocios de toma pan y moja. Ni un euro en tasas; tampoco la del guarda. Hay escenas forestales que sólo se pueden comparar a la detención del Chapo, cuando la Marina se echa sobre la guarida del cártel, nos cayeron, nos cayeron, patrón, y evocan el desenlace del capítulo final de aún quedan jueces en Berlín. Vienen a pillar cacho. Patrimonio, luego el Icona, dedicó el franquismo tardío a plantar coníferas donde pastaban las cabras para que ahora unos señores de Castilla se lo lleven crudo, a base de entresaca, lava, fija y da esplendor; árboles con un diámetro que ya quisieran donde asentaron la riqueza de la industria transformadora que aquí no llega, ni se la espera. El potencial del monte leonés no llega aún a los anuarios económicos, ni a los informes de contraste que elaboran economistas leoneses, con la valentía necesaria para denunciar saqueos y otras incursiones piratas sobre la materia prima de esta tierra; da igual el agua que la madera. Es un tema que sale a flote cada otoño, cuando se empiezan a repartir dádivas entre el grupo de amigotes a los que se deben favores. Y vuelven las tomas de la nueva temporada de la serie, entre el bosque verde; en León se llama los pinos lo que en la meseta castellana dicen pinares. El contenido por el continente; ahí es donde dan el cambiazo. El renting de la pickup del guarda multiplica por tres la renta per cápita del territorio de la subasta, otra más que no dejará un puto duro en la tierra que esperó paciente que la copa del árbol le hiciera cosquillas a los ángeles celestes recostados en la niebla que custodia el nordés. El monte es un relato íntimo de la tierra; desde ahora, con la melodía melancólica de la armónica que se pone a sonar con el primer golpe de viento que entra por las Lavanderas y no sale hasta mayo, en Cegoñal. El poder colonial ha puesto sus ojos en los más sagrado. No dejan ni las raspas.