La línea del horizonte
A Steven Spielberg le presentaron a John Ford cuando era un adolescente. De pie, en el despacho del director de El hombre tranquilo y Centauros del desierto , el niño prodigio del cine americano que ya era Spielberg escuchó cómo el veterano cineasta, con aquel parche en el ojo innecesario con el que escondía su sensibilidad de artista, le pedía que observara dos fotografías colgadas en la pared de Monument Valley, el lugar donde había rodado sus mejores westerns. En una de las imágenes, la línea del horizonte se encontraba a ras de suelo, y los personajes adquirían una dimensión épica. En la otra, el horizonte estaba en todo lo alto y dejaba un plano visto desde el cielo, donde los personajes parecían más pequeños que su entorno. Ford le dijo a Spielberg que cualquiera de las dos opciones era buena para contar una historia. El problema era cuando la línea del horizonte se encontraba en mitad del plano. En mitad de ninguna parte.
La anécdota aparece en la última película de Spielberg, Los Fabelmans, un film autobiográfico que se encuentra entre las peores obras del autor de Salvar al Soldado Ryan y La Lista de Schindler . Porque parece que en Los Fabelmans, donde Spielberg aburre con la historia más o menos ordinaria de su infancia y la infidelidad de su madre, el director se haya olvidado de mover la línea del horizonte para darles grandeza, o quitársela, a sus personajes.
Algo parecido, pero más grave, le ocurre estos días a Francis Ford Coppola con Megalópolis, una fábula deslavazada, inconexa, con diálogos pueriles y sentenciosos donde el genio que alumbró El Padrino y Apocalipsis Now compara nuestra civilización con la caída del Imperio Romano. Coppola tenía el skyline de Nueva York, nada menos, para jugar con la línea del horizonte. Y ha desperdiciado la oportunidad de despedirse a lo grande del cine.
Megalópolis convive estos días en los cines con una película más pequeña, o más grande, según se mire; Soy Nevenka , la historia del acoso sexual que sufrió la concejala de Hacienda de Ponferrada por parte del alcalde Ismael Álvarez que está triunfando en todas partes. Menos en el lugar donde ocurrió todo. Y ese si que es un síntoma de decadencia. De que esta ciudad desde donde les escribo todavía no tiene claro en qué parte del plano se encuentra su línea del horizonte.