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PANORAMA
LUIS DEL VAL

Club de fans de malversadores

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Observo con curiosidad que personajes que lograron llegar al poder, predicando con entusiasmo que había que arrinconar y perseguir a los malversadores, se van transformando en admiradores y forofos de la malversación.

El primero de ellos, Pedro I, El Mentiroso, que —acusando de corrupto al PP de Rajoy— triunfó en la moción de censura, pero luego debió ver una nueva luz, una caída del caballo, o del Falcon, y llegó a la conclusión de que estos secesionistas, que entraron a saco en el erario público de la Generalitat para subvencionar el separatismo, eran en el fondo buena gente, líricos emocionales del catalanismo, que robaban dinero para una causa en la que creían.

Esa magnífica teoría, de que si te quedas con 500 euros para resarcirte de las raquíticas dietas por estar fuera de casa tres días, eres un delincuente, pero si te quedas con 500.000 euros para pagar los carteles, el transporte y la publicidad de una manifestación, eres un patriota, es muy posible que pase a los anales de la Ética Española, en la etapa de Pedro I, El Mentiroso.

El Tribunal Constitucional, por ejemplo, ha abrazado esta nueva filosofía moral, en la que entrar a saco en el dinero que los contribuyentes ponemos en manos de los gobernantes, es digno de aplauso, si se emplea para poder seguir en los cargos, y continuar en el poder.

Está arrebatadora corriente de forofos de la malversación no llega a la totalidad. Hay excepciones. La Audiencia Provincial de Sevilla, por ejemplo, no ha recibido la nueva luz, e insiste en que tomar el dinero público y dar dinero a las empresas, incluso sabiendo que van a fracasar, pero son amiguetes, no es una actuación moral, sino inmoral. O el Tribunal Supremo, entre cuyos miembros no se ha producido este fervor por los malversadores, que parece extenderse como una moda progresista, y que nos coloca al resto en la clasificación de ciudadanos egoístas, retrógrados y reprobables.

Sin embargo el CFM (Club de Fans de la Malversación) debería instaurarse, tener sede social, y nombrar a sus más ilustres representantes en la presidencia y gobierno de la entidad. Sería un gran apoyo para esos sinvergüenzas, que todavía tienen causas pendientes en aquella gran fiesta de la Malversación, que fueron los años socialistas de Junta de Andalucía.

O el Supremo, entre cuyos miembros no se ha producido este fervor por los malversadores, que parece extenderse