Netanyahu en la ONU
Hace unos días apareció en la Asamblea General de la ONU un Netanyahu particularmente jaque y retador. No le importó que la mayoría de las delegaciones nacionales abandonaran el auditorio cuando subió al estrado; casi prefirió que ocurriera así, tal es su desprecio por la Sociedad de Naciones. Iba allí, además de para manifestar ese desprecio y el que le inspira el Derecho Internacional, para hacerse una foto. Con Biden. Invito al lector a que la recupere y la contemple, y deduzca, por la expresión de ambos, y por todo, quién manda de los dos. «Estamos ganando», presumió ante el auditorio semivacío, pero sus palabras se oyeron en todo el mundo, o, cuando menos, en la parte de él que no es sorda. Y, en efecto, Netanyahu va ganando, y lo hace sobre cerca de 50.000 civiles asesinados por su mano en Gaza, mujeres, niños y ancianos la mitad de ellos; sobre los escombros a que redujo Rafah, sus mercados, sus hospitales, sus escuelas, sus casas, sus carreteras, sus cultivos, sus depósitos de agua, sus plantas eléctricas, sus universidades; sobre los cientos de asesinados en Cisjordania; sobre los otros miles en el indefenso Líbano, que no es Hizbulandia sino una nación soberana, Líbano, donde las fuerzas de interposición de la ONU, 600 cascos azules españoles entre ellas, se resguardan inermes en los búnkeres, pues podrían correr la misma suerte que esos otros doscientos y pico trabajadores de la ONU, los de la UNRWA, asesinados en Gaza.
Netanyahu, y con él lo más brutal y más ciego de su país, va ganando, pero ganando ¿qué? Un presente infernal en la región y un futuro siniestro en el que nadie, e Israel tampoco, encontrará la paz. La carnicería terrorista de Hamás, hace uno año, le dio la excusa perfecta que buscaba para su obra de destrucción, así como los cohetes de Irán reforzarían su «legitimidad» para perpetrarla. Él va ganando, véase la foto con Biden, en la ONU, la celebración anticipada de su victoria.