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Hay en esta gran biosfera cazurra un tipo que a pensar se atreve cabalgando en una sonrisa que enjaeza como si fuera una babieca rocinanta, babieca por campear en su anchaescastilla y rocinanta por ensillar el ingenio de contador y de facedor de entuertos, ese ingenio que disfruta quien sabe escuchar con los ojos. Porque este que digo trabaja con la imagen, habla con los dedos sobre un collage o un cartoné o un vidrio o una plancha de aluminio o un metacrilato turulato o un montaje de digitalidad rampante. Se le ve inquieto de frente y, a lo que se ve detrás, no sujeto a fronteras. Y en los territorios que visita convierte la realidad en tarot para barajarle la tantísima sub-realidad que le cabe y así bailar a menudo con el surrealismo que asoma, por ejemplo, en la obra que ahora tiene colgada en ese meandro de sosiego que brinda la calle Alfonso V en su mitad donde la galería Ármaga es la seña citando siempre al que quiera saber por dónde van los tiros guapos y atrevidos de este León de Mil Tabernas y seis sólo librerías (y de galerías, qué decir, en lo heroico bracean tres).

Y cuando veas estampado en la obra de Pablo García García y en sus ensoñaciones gráficas un «Pablo Jeje» por firma no es por buscarte el sopetón gracioso o la risa fácil, sino las cosquillas de ese alma formalita que llevamos tan planchada por esta vida callada. No me equivocaré si digo que un futuro de ironías clarividentes y conquistas gráficas le aguarda a este leonés que no acazurra la mirada en su lectura de los días teatreros y de las caras (o cruces) que jalonan la comedia del vivir. Y ahí va él casando imposibles para batallar contra las sombras y lo vulgar.

(Y en este punto del escribir suena el teléfono; la noticia que viene ahí doliendo trae niebla negra en su cumbre: ha muerto Alejandro Vargas, columna toral de la basílica leonesa del arte, pincel de muy grande oficio, de hondura averiguadora y de sinceridad luminosa; cuánto sabía además de pintar; ¡maldito silencio el suyo ahora!; ni siquiera nos consolará la obra que aquí deja por haberla hecho para no morir).