Diario de León

AL TRASLUZ Eduardo Aguirre

Una zarzuela monógana

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Hablemos de la fidelidad. Aquí es donde mi lectora centenaria salta: «¡Pues será por llevar la contraria, porque todo el país está hablando de las infidelidades del rey emérito!». Más razón para romper una lanza por la fidelidad conyugal, que no es un convencionalismo burgués. No solo los pingüinos son monógamos, algunos animales racionales también lo somos, sin que quepa catalogarnos por ello bichos raros. También son fieles los castores, los buitres y los coyotes. «Vaya, hombre, todas bestias sin cuernos», habrá advertido enseguida el hijo de la tonadillera. En efecto, ni los tienen ni los ponen. Por cierto, ¿por qué a las infidelidades las llaman pecados de bragueta, si se cometen desnudo? Y luego, el machista español suele añadir un condescendiente «nadie es de piedra…», como si quién más y quién menos tuviéramos una infidelidad conyugal que ocultar. De piedra no seremos, pero hay caras más duras que otras. «Eso mismo digo yo», habrá exclamado el rey emérito. Sí, unos tanto y otros tantísimo.

Si estás fotografiado achuchando a una señora que no es la tuya y en un sofá que no es el propio… tratar de explicarlo en que las apariencias engañan es llevar las teorías de Platón demasiado lejos. «Tengo la sensación de que me está robando la historia», ha afirmado don Juan Carlos. Mucho me temo que se la ha robado usted a sí mismo, majestad. Si al menos hubiese sido una bella historia de amor imposible o secreto. Todo muy caro - con dinero público-, pero muy friki. En cambio, la figura de Felipe VI crece en la estima de los españoles.

La fidelidad conyugal no es un convencionalismo burgués, ni tampoco un valor exclusivamente cristiano. Tiene que ver con la conducta. Unamuno llamaba a su mujer «mi costumbre»; y no le daba la acepción de rutina, sino de lo maravilloso convertido en cotidiano. El sultán de Turulustán tiene 3.300 esposas y bosteza por los pasillos; el seta es él, no ellas.

Este domingo, día grande en mi casa. Mi mujer nació el día de san Eduardo. «¿Contratará usted mariachis?», preguntará mi lectora centenaria. No entra en el parco presupuesto de un juglar de columnas, pero he compuesto para la ocasión una zarzuela monógama. ¿Alguien me puede prestar un traje de pingüino?

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