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S egún las estadísticas, en España, ni siquiera llegamos a tener dos millones de niños de cuatro años o menos, y sin embargo, los perros superan los diez millones.

Poniéndonos cínicos, debemos reconocer que es más económico tener un perro que tener un niño. Te ahorras el ginecólogo, los pañales; la madre, darle de mamar; el papá, llevarle a la guardería; el cambio de ropa por las tallas —un perro se hace adulto en unos meses y jamás crece— y no te digo el colegio, la universidad y la boda. Es cierto que, últimamente, los cursis animalistas quieren imponer el seguimiento de un curso, aprobarlo, y ya, con el consiguiente certificado, podrás comprar un perro. Seremos unos de los países más progresistas de la Unión Europea, pero el perro gozará de más protección. Son tantas las ventajas que me causa asombro que haya todavía 1.804.000 niños de 0 a 4 años y sólo 10.474.251 perros.

Tienes una hija, por ejemplo, y un mal día —a pesar de los preservativos y la píldora del día después y el sentido común— te dice que se ha quedado embarazada. Otra vez metido en gastos con la clínica abortiva, y todavía peor si te dicen que se quiere casar, con lo que cuesta una boda. La perra en cambio —mientras los cursis no caigan en la cuenta— puedes dejar que tenga las crías y, a lo mejor, hasta le sacas algo de pasta. Una perra, encima, no te inunda de nietos, a los que tienes que acompañar a las actividades extraescolares, como si no tuvieras otra cosa que hacer. De vez en cuando, en España —en este país tan progresista— se halla el cadáver de un anciano o de una anciana, que llevaba varias semanas muerto en su piso, sin que los familiares lo supieran —porque no iban a visitarle— y sin que los vecinos le echaran en falta, hasta que el olor de la putrefacción inundó la escalera. Se dice, en estos casos, que «murió como un perro», inapropiado comentario, porque los perros de la España progresista no mueren así, ni mucho menos. Habría que decir que «murió como un miembro de la sociedad progresista española».

La única desventaja que encuentro es que, ni por la urbanización, ni por la calle, encuentro pañales de niños llenos de mierda, mientras que la mierda de los perros está en todas las aceras. Y no voy a decir que el progresismo nos llene de mierda. O sí.