Diario de León

Guerra abierta en el PSOE de León

Nubes y claros 

Científico admirable

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César de la Fuente ya tiene un laboratorio con su nombre en la Universidad de León, donde se graduó en la primera promoción de biotecnólogos. Su fulgurante carrera suma y sumará tantos premios que no caben aquí. Ni es el caso. Sólo decir que aquel joven gallego que se enamoró de las bacterias en el Campus de Vegazana dirige en los últimos años como catedrático su propio laboratorio en la prestigiosa Universidad de Pennsylvania, el Machine Biology Group; y que fue reconocido como el mejor investigador joven de Estados Unidos, y uno de los diez innovadores mas relevantes en el campo de la salud menores de 35 años por el acreditado MIT.

No quiero enrollarme con las distinciones que ha recibido y seguirá recibiendo este hombre afable y encantador, el científico brillante que hace años decidió volcar su trabajo en combatir la pandemia que amenaza con mayor peligro a la humanidad. La resistencia creada por humanos y animales a los antibióticos, que han evitado muchas muertes en el último siglo, está haciendo a las bacterias cada vez más fuertes. En 2050 calcula que 10 millones de personas morirán en el mundo porque los actuales antibióticos no serán eficaces. Avanzar en una nueva generación de medicinas es su vocación, y lo hace a través de los ordenadores y la inteligencia artificial. También del veneno de las abejas y de las propias sustancias del cuerpo.

Todo esto se ha reconocido en los últimos días en León. Me gustaría sin embargo poner el foco en otra faceta de su trabajo que mostró con el mismo entusiasmo durante el covid. Luchando contra el reloj (ahí ganó) y contra una industria farmacéutica que sólo mira su rentabilidad. En aquellos meses agónicos el departamento de César de la Fuente desarrolló al menos dos dispositivos con la vista puesta en universalizar las pruebas de diagnóstico del covid, que nunca llegaron a la mayor parte de los habitantes de las zonas pobres del planeta. Una fue el Rapid 1.0, un biosensor de bajo coste y alta fiabilidad que se impulsó para que fuera accesible a toda la población. Más barato aún era el Lead, un detector elaborado con mina de lápiz que costaba menos de 1,3 euros.

Es loable, y desvela mucho de quién es De la Fuente con su equipo, que dedicara tiempo y esfuerzo a pensar en los más vulnerables de aquella pandemia. Lástima que hubiera tantos otros cerebros pergeñando cómo enriquecerse a costa de la desgracia, pero esos no tienen cabida en este espacio. Que es el de un científico admirable en todos los sentidos.

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