Oposición seria a Pedro Sánchez
El cronicón de la fiesta del 12 de octubre en el Palacio real es cada año más o menos el mismo, aunque las circunstancias políticas concretas del país varíen: abucheos, hasta donde las vallas lo permitan, a la llegada del presidente a la ofrenda floral; corrillos periodísticos en torno a los ‘notables’ asistentes, sobre todo el presidente del Gobierno y el líder de la oposición; crónica de ausencias —son siempre las mismas, aunque este año, al menos, ha ido el president de la Generalitat—. Lo consuetudinario es también destacar, desde el año pasado, lo guapa y serena que estaba la princesa de Asturias* y poco más. Lo que ocurre es que cada edición de la fiesta de la Hispanidad tiene sus características propias, su marco envolvente específico. Y este año, he escuchado, lo digo con la mirilla del veterano que lleva mucho tiempo asistiendo a estas cosas, muchos más rumores que nunca, la mayor parte afectando al presidente. Porque:
...pues porque, primero, el presidente, o sea, Sánchez, está afectado por causas personales, como la de su mujer, Begoña Gómez. Y por casos de corrupción que desde luego no le salpican —aunque hay quien quiera salpicarle—, pero que caen muy cerca; tan cerca como en José Luis Abalos, que fue el hombre que rescató para la gloria el cadáver político de Pedro Sánchez. Ni una cosa ni otra van a quedar ahí, olvidadas —como siempre confía La Moncloa—, tan fácilmente. Ya están pasando facturas implacables.
Y, segundo, a Sánchez se le van notando las cicatrices de gobernar. Como no he conocido a otro presidente del Gobierno en España tan capaz de superar las malas rachas, no puedo decir que el rostro imperturbable, pero marcado, del presidente en los corrillos con los periodistas sea inédito; sí puedo decir que mantiene intacto su talante pugnaz y su defensa de una ‘normalidad’ que no puede ser más anormal, aunque él antes admitiría que le arrancasen la piel a tiras. Busqué signos de cansancio en el rostro presidencial —las fotografías de los periódicos en El Vaticano, junto a la guardia suiza, le mostraban un pelo abatido; yo no lo ví así en el Palacio de Oriente—: no los encontré. Pero el presidente está, decían, cansado
Muy tajante escuché a Feijoo reiterar algo que repite con frecuencia: esto se ha acabado, moralmente ya no da más de sí. Por cierto que no ví —otros años tampoco se dió— ni un atisbo de saludo entre los dos hombres que se reparten, desigualmente eso sí, el poder político en el país. Ya digo: más de lo mismo. Renunciemos, de momento, a la esperanza de ver que esto se desbloquea. Ya lo dice Feijoo: hemos llegado al límite.
Sí, pero ¿a cuál límite? Porque, para mí, la oposición no se hace ni mostrando cuadros de asesinados por ETA en el Parlamento —quien lo mostró, Miguel Tellado, reconoce su error y ha retirado la fotografía de las redes—, ni diciendo ‘no a todo’ (como hizo Sánchez en su día), ni alegrándose porque la presidenta de las víctimas del terrorismo monte un follón de todos los diablos, ante de los chicos de la prensa, acusando al presidente poco menos que de connivencia con los etarras más sanguinarios. Hágase una oposición seria o, si no, no se haga. Mesura también en la oposición se necesita, lo mismo que en las actitudes crecientemente locas del Gobierno. Pero eso, en los salones de Palacio, entre canapés y uniformes militares, con los retratos que hizo Goya observándote, no te lo explica nadie.