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León

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L legamos a Chile con las fiestas patrias y con una especie de ferragosto en Santiago. Volamos hacia el sur austral, donde el feroz viento encorva a los ovejeros pero no ha podido barrer la memoria de los selk`nam. En el XXV Congreso de Mujeres Periodistas y Escritoras de Ammpe World en Punta Arenas se alzaron voces por la descentralización, el papel del periodismo en los derechos de las mujeres, de la IA en el periodismo y la desinformación sobre el genocidio de Israel en Palestina. Luego atravesamos la Patagonia para contemplar la majestuosa belleza de las Torres del Paine.

Mis ojos se perdían en el horizonte infinito en busca de ovejas. Sabía de la llegada de las merinas, leonesas al fin y al cabo, a finales del siglo XIX a estas tierras. Los rebaños se camuflaban en las estancias con los ocres del invierno y era difícil apreciar su presencia en una primavera que apenas se manifestaba en unas flores, entre anaranjadas y rojas, asomadas tímidamente por encima de algunos arbustos. La historia de las ovejas despuntaba, con un punzón de dolor, en mis pesquisas. Donde Antonio de Pigafeta, el cronista de la expedición de Magallanes que atravesó por primera vez el canal bioceánico en 1520, vio a hombres de piernas alargadas a los que llamó patagones —de ahí Patagonia— fui oteando un episodio salpicado de sangre y fuego, cuando Chile ya hacía tiempo que era independiente de España.

En 1876, el gobernador de Magallanes Diego Dublé Almeyda llevó a tierras chilenas el primer ‘piño’ de ovejas desde las islas Malvinas y se las vendió a Henry Reynard. La cría fue un éxito y pronto se sumaron nuevos colonos, con muchos apellidos ingleses, a la explotación ganadera de la Patagonia. El negocio se expandió desde el Estrecho de Magallanes hasta el fiordo Última Esperanza. La demanda de tierras se disparó y los selk`nam y otros pueblos originarios que las ocuparon por miles de años fueron desplazados y masacrados. Los terratenientes ofrecían una libra esterlina por cada oreja, cabeza o pecho que aportara como prueba de liquidación de un indígena. Los que sobrevivieron a la masacre, a la que también contribuyeron las racias de mercenarios por la fiebre del oro en la Tierra del Fuego, fueron confinados en misiones católicas en la isla Dawson.

Hoy, los ganaderos de la Patagonia sufren los mismos problemas que los de aquí. Bajos precios de la carne, desmantelamiento de la industria de la lana con el cierre de la Standard Wool en Magallanes, la sobrepoblación de guanacos (su lobo) y el cambio climático. El fin del mundo busca otros horizontes. Katia, una artesana de la lana, me comentaba que mantener la tradición textil es una forma de rendir tributo a esos pueblos originarios exterminados. Esta mujer que lidera una empresa de economía social con 48 personas me dio una clave para reflexionar sobre nuestra ‘conquista’ de América. La historia no la podemos cambiar con desfiles militares el 12 de octubre. Pero sí podemos elegir cómo afrontar sus consecuencias.

Qué sentido tiene un desfile militar para celebrar la hermandad con América salvo recordar el poder de la colonia?

Hoy los ganaderos de la Patagonia sufren los mismos problemas que los de aquí: bajos precios, desprecio de la lana, los guanacos (su lobo) y cambio climático