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La semana política que empieza. Fernando Jáuregui

Quedan apenas seis semanas

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Logré ver a pocos representantes del PSOE, incluyendo ministros, en la recepción del Día de la Fiesta Nacional. Y me parece que Feijoo se prodigaba más en los ‘corrillos’, prediciendo el fin del ‘sanchismo’, que Pedro Sánchez, que, es la verdad, afrontó en algún momento, sin cara de resignación, a los periodistas, hablando de su lucha contra la corrupción.

El presidente ante los corrillos dijo que la renovación del Gobierno se limitará a la mera sustitución de la vicepresidenta tercera Teresa Ribera. No más cambios.

El Ejecutivo adolece de algunas dificultades serias como las obvias disfunciones de la coalición PSOE-Sumar y el patente abrasamiento que padece más de un ministro. Allá Sánchez. Otra cosa será, parece, lo que salga del congreso socialista.

Bueno, queda, eso sí, que no se ha marchitado el carácter presidencialista ni se ha dotado al partido de un funcionamiento más abierto, que recoja, al menos con apariencia de agrado, las críticas internas. Pero, de los dirigentes importantes nombrados para aquella Ejecutiva, apenas queda, como número tres, Santos Cerdán.

Y es precisamente Santos Cerdán el hombre encargado de hacer algunos ‘trabajos comprometidos’, como ir a visitar a Puigdemont a lugares ignotos para pedirle árnica para el presidente Sánchez, quien está hoy en el ojo del huracán. Resulta difícil hablar (en privado, claro) con algún socialista medianamente relevante que no te reconozca que Cerdán, sobre quien se vierten todos los elogios oficiales en público, es hoy un verso fallido.

Sánchez tiene que resolver si quiere un partido aplaudidor, incluyendo en ello la presencia y los gestos de la ‘número dos’, la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda María Jesús Montero, o si se decide a impulsar una organización política en la que quepan la disidencia, la discusión y las ideas plurales,. Hoy, el PSOE carece de programa, de iniciativas más allá de ser el respaldo de quien manda.

Sé que la tentación de Sánchez es mantener a ‘su’ partido, lo mismo que a ‘su’ Gobierno, en ‘modo fans’; el aplauso y el silencio ante las cosas chocantes que ocurren con Cataluña, que ha sido, te dicen, el gran triunfo del presidente (bueno, yo creo que algo más el de Illa, pero en fin*). O ante incumplimientos de la Constitución, ante la desigualdad territorial, ante el tono belicoso con respecto a la oposición, a los jueces, a los medios. El presidente lo fía casi todo a la capacidad de olvido de la sociedad (¿quién se acuerda ahora de los debates sobre la amnistía, por ejemplo?) y a la ‘flojedad’ de la oposición del PP, «y no hablemos ya de los disparates que se cometen en Vox», te dicen.

Ha empezado, en todo caso, la cuenta atrás hacia ese 41 congreso, que tendrá que adaptar la estructura del partido a los tiempos de cambios vertiginoso que vive el mundo —a ver qué ocurre con las elecciones norteamericanas, que influirán en la política planetaria*y en la del PSOE, claro—, y que viven Europa y, desde luego, España. Seguir actuando como si nada ocurriera, impulsado solamente por una afán personal de seguir en el poder, sería, simplemente, suicida, y es esta opinión que he escuchado de ilustres labios socialistas.

A Sánchez le quedan apenas seis semanas para poner orden en su casa, con el chaparrón que, desde el ‘caso Koldo’ al de su propia mujer, le viene encima. Y luego ya veremos si convence a los compromisarios. Que, de todas maneras, pierda cuidado porque el PSOE es mucho PSOE y de situaciones más graves ha salido: le aplaudirán con su apuesta de futuro ‘al menos hasta 2030’. Luego llegarán los congresos regionales y la lucha efectiva por el poder territorial, que son ya las ‘cosas de comer’; para eso, me parece, también está Sánchez preparando la artillería. Preparados, apunten*