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La democracia es un test sobre la salud moral de la sociedad y hay un test infalible para probar la salud y vitalidad de una democracia. Tenemos el peor Gobierno posible, está claro, y también, ahora lo sabemos, la peor oposición imaginable, la más torpe en el desempeño de su función. Menos mal que aún nos quedan los jueces y los periodistas para plantar cara a uno de los asaltos al poder más dañinos de cuantos se recuerdan. Asalto a las instituciones del poder y a los instrumentos para convertir el poder en fuente de dominio, beneficios y riqueza. Un caso de manual, dirán ciertos analistas, sin saber con exactitud si se trata de un manual de politología o de psicopatología.

Lo que está por ver, sin embargo, es si nosotros, los ciudadanos de este país, somos mejores que nuestros representantes políticos. Mi duda cartesiana es grande, como es lógico, ante el patético espectáculo de la política española actual, sumida en el fango de los intereses partidistas y los discursos cada vez más espurios de ambas facciones.

En su nuevo libro Nexus , Harari dice que una democracia es una conversación constante entre diversos modos de información que da por sentada la existencia de varias voces legítimas. Los Gobiernos son falibles y necesitan mecanismos que denuncien y enmienden sus errores. El deseo del Gobierno español de impedir la acción correctiva del poder judicial y los medios de comunicación pretende, por tanto, socavar la democracia, acabando con la alternativa política y la prensa libre.

Esto que pasa en España, donde la corrupción gubernamental alcanza niveles intolerables, es una prueba de que las categorías de Harari para medir el grado de solidez de la democracia están en cuestión. Crear un Ministerio de la Verdad que vigile y castigue los discursos críticos es una perversión peligrosa. El Gobierno no puede erigirse en garante de la verdad cuando es él, en palabras de Harari, quien estaría más interesado en distorsionar u ocultar hechos inconvenientes y adoptar una fachada democrática para legitimar sus vicios mafiosos.

En el futuro mereceremos no tener gobiernos, como Borges profetizó, y nos habremos ganado a pulso, con nuestra codicia y estupidez, que nos gobierne una inteligencia artificial, con todas las consecuencias. A día de hoy, sin embargo, nos conformamos con un Gobierno que respete los valores de la democracia. Un Gobierno que supere sin cinismo el test de Harari. Un Gobierno inteligente y eficiente. Y no una impostura humana, demasiado humana.