2: El florete
Quien más, quien menos, nadie renuncia a insultar, pues en su momento justo el insulto recompone el yo asaltado o alivia por las buenas o las bravas la ira, ya sea patadita o catarata, a voces o entre dientes, pedo de monja o exabrupto carretero... y desde el sirviente al papa, de insultado nadie escapa. En este hoy, además, se puede insultar con altavoz corriendo los insultos por el orbe digital como zorras con el rabo en llamas o cabalgan en la cobardía siendo a menudo anónimas pedradas, mano escondida. Por eso el insulto y las fake news suelen hacer bodas de estupenda conveniencia en este tiempo de trincherismo informativo e histerismo político reinando el oprobio baratón y olvidando que el insulto más certero sólo sale del ingenio y la sutileza, regla sagrada hasta hace poco en toda sociedad civilizada y educada; el estilo jamás debe perderse en esta vida tan teatral por tan correcta como incorrecta. Hay que volver a aprender a insultarse por las buenas, sin que llegue la sangre al río, porque si aprendiéramos a insultarnos a lo galán sin hacer carnicería, la lengua española es la ideal, lo permite, lo aconseja y en esto de echar venablos lo borda (seguro que algún viejo insulto le vendría hoy de maravilla al cabrón y al sansirolé). Los medios tienen ahí campo y el deber de recordar cómo insultaba esta España sin perder elegancia ni posición, esto tan urgente de restaurar en el lenguaje político bocazas o el parlamentario; y en el mediático, donde se atiza en bruto y soez, sobre todo en esos digitales que puede dirigir un robot, un menda y un plan inconfesado. Pero periodistas y lectores curiosos rastrearán nuestras viejas lenguas y diccionarios y restaurarán el arte de insultar que hoy necesita a morir esta lengua española malfollá en la tapia del fuckspray , hijaeputa que le dice el indepe, la que ilumina el bum universal de lo hispano, lengua con la que llamas capigorrista al insultador o al peleas y se quedan dudando, neutralizados. Cuando la pluma es florete y no espadón, pídetela de amiga. Y al zangandongo inflapollas dile «insúltame guapamente... o te la ganas».