El voto de Felipe
No sé muy bien de dónde viene el uso tan extendido de esa referencia a las líneas rojas que no deben cruzarse. Descarté mirarlo en internet para evitar un jaleo ensordecedor con todo tipo de teorías. Una maraña que se asemeja, en el fondo, al día a día de la política española, desde aquella remota jornada en la que Pedro Sánchez no se fue a casa tras conocerse que había fusilado a no sé quién en su tesis doctoral. ¿Lo recuerdan?
Desde entonces se han sucedido innumerables episodios impensables ni siquiera por el genial Berlanga y su Escopeta nacional . Las costuras de un sistema ideado por el llamado régimen del 78 han probado su solvencia, contrarrestando todo tipo de andanzas a cual más inimaginable. El Estado aguanta lo que le echen y también la Constitución, a la que agitan cada mañana unos y otros para conseguir que caigan las nueces en forma de réditos políticos.
La penúltima, la del jefe fiscal procedente de las salsas judiciales garzoneras, que ha puesto su carro delante de los bueyes.
Con este panorama quizá toca pasar del cortoplacismo. Cada día tragamos una hecatombe final que hace imposible un más allá. Pero en horas llega otro embrollo, protagonizado por quienes no saben ni siquiera dónde han escondido el rotulador rojo para evitar ver las líneas. El sistema se ha enquistado en forma de auténticas mafias guiadas por la autoprotección, dando por bueno lo que sea. Por eso, el riesgo no es presente. Está en el futuro. Si la ley de la selva se establece en cualquier entorno las consecuencias son imprevisibles.
Qué lejos parece hoy aquello de que en España no dimite nadie. Era algo así como el efecto centrifugador, que repelía. Ahora todo es centrípeto, cerrando las filas un poco más prietas. Parece que cada día lo importante es cerrar los ojos y taparse la nariz, y dar por bueno lo que sea mirando hacia unos horizontes lejanos basados en supuestos mesianismos y fines tan poco tangibles como remotos.
En estos días se cumplen 90 años de aquellas revoluciones, en las que León también tuvo sus episodios, que ponen en duda la presunta normalidad democrática de la segunda república, que con tanta firmeza se intenta asentar en algunos relatos. Fue algo parecido a lo que hoy se vive en Venezuela. Como no gustaba lo decidido en las urnas, en octubre de 1934 se optó por violentar el sistema.
Lo anómalo hoy va por ese carril. Sostener la aberración. Maquillado con mensajes blanqueadores, pero con las filas en el fondo prietas. ¿Alguien duda qué votará Felipe González en las próximas generales?