Puertas al campo
Dos noticias de impacto en los escaparates mediáticos que invitan a reflexionar sobre el magullado principio del humanismo como uno de los pilares de la civilización a este lado del mundo. Las dos relacionadas con el fenómeno migratorio. Una internacional y la otra nacional.
Se nos informa de la presunta intención de la Unión Europea de concentrar a extramuros del espacio comunitario a los migrantes rechazados en los países que forman parte de dicho espacio. O sea, fuera de los países miembros de la UE. Se me ocurre un nombre para tan desdichada propuesta: «campo de concentración de deportados». Concepto asimilable al de «desechables». O sea, seres humanos que no quieren seguir sufriendo la miseria o la persecución política de sus propios países y al tiempo son rechazados en el país donde llegan a buscarse la vida.
Y lo peor de todo que la aberrante propuesta ya está implementada —se estrena en Albania—, en uno de los países miembros de la UE, Italia, por iniciativa de su primera ministra, Georgia Meloni. En curso está la posibilidad de que se aplique a escala europea si otros países de este civilizadísimo espacio responden favorablemente en la consulta formulada por la presidenta de la Comisión, Úrsula Von der Leyen.
Por suerte, España se ha desmarcado claramente de la propuesta alineada con la ocurrencia original italiana. El Gobierno de Sánchez la rechaza, pero al tiempo pone en circulación la segunda de las noticias que aquí y ahora, en clave nacional, clavetean la idea del paso atrás del humanismo en esta parte del mundo:
Me refiero a la intención de acondicionar el aeropuerto internacional de Ciudad Real, de propiedad privada, que está en desuso desde 2011, para concentrar a inmigrantes llegados ilegalmente a España. En realidad, no está tomada la decisión. Parece que el Ministerio de Igualdad solo está valorando la posibilidad de llevarla a cabo. Una posibilidad rechazada por las autoridades de Castilla-La Mancha, encabezadas, por cierto, por el socialista Emiliano García Page. Su reacción ha sido inequívoca contra el despropósito de colocar barracones en medio de una estructura no pensada para usos residenciales.
La aberración está servida: guetos sociales para esta nueva raza de «desechables» alumbrada por la inmigración ilegal, en nombre de la «sostenibilidad». Como no se pueden poner puertas al campo, se le ponen puertas al inmigrante en régimen carcelario. Atenta contra los derechos humanos y, si me apuran, contra el propio catecismo liberal y capitalista basado en el libre juego de los medios de producción en el mercado. Recordemos: dos motores del sistema productivo, capital y trabajo.
Frente al dogma de la libertad de movimientos del capital, ¿por qué no la misma libertad del factor trabajo?