El disciplinado desfile de ministros
Incluso en la segunda parte de la dictadura franquista, la biografía de los ministros era meritoria en sus quehaceres profesionales anteriores. Y, en los niveles inferiores —subsecretarios, directores generales, etcétera— el dictador nunca amparó que se diera el visto bueno al nombramiento de un director general que, al menos, no estuviera en posesión de una licenciatura universitaria.
Durante la Transición, puede que se rebajaran los exigentes años de experiencia, y los ministros eran mucho más jóvenes, pero nunca carecieron de un historial resistente a las críticas, y todos llevaban un adecuado bagaje de méritos en sus actividades académicas, económicas, empresariales o diplomáticas.
El primero que eliminó la no escrita norma de que los ministros, al menos, fueran licenciados en estudios universitarios, fue el leonés José Luis Rodríguez Zapatero, con personajes como José Montilla y Celestino Corbacho. Nada que oponer a su trayectoria, porque no tenían una pizca de tontos y sí mucha experiencia.
El problema fue que, a partir de ahí, los partidos se llenaron de estudiantes universitarios, que pasaban, de las aulas a las concejalías, y de ahí a diputados, etcétera.
La decadencia ha continuado y, ahora, casi todos son licenciados y hablan inglés, pero forman una especie de parvulario disciplinado que desfila repitiendo las consignas que les han dado. Contemplas como reiteran, con uniforme sumisión, lo que tienen que argumentar, y no dejas de sentir algo de lástima, porque ves que son hombres y mujeres, mayores de edad, y que tendrán familia, amigos, vecinos, incluso conocidos que les deberían tener respeto, antes de verles desfilar con tan disciplinada y asombrosa mansedumbre.
El problema no sólo lo tienen ellos, sino nosotros, porque son estos seres, sin criterio y serviles, los que nos gobiernan.
Además, el prestigio de ser ministro, que alcanzó cotas de razonable altura, se ha venido abajo, y cualquiera de nosotros, repasa a las personas de mérito que conocemos, y estamos seguros que, si les propusieran ser ministros, se negarían, aterrados de ingresar en el parvulario borreguil de repetidor de consignas.
Mal presente, pero con peor futuro, si alguien no lo remedia.