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al día RAFAEL TORRES

Las dos orejas de Van Gogh

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No es sorprendente, aunque pudiera serlo, que un asunto tan trivial como el despido de la vocalista de un conjunto pop se haya colado entre las graves noticias del día: éstas, amontonándose en trágica amalgama en el ánimo de la gente, que diríase que espera el Apocalipsis de un momento a otro, demandan un poco de evasión, siquiera para hacer hueco y poder seguir amontonándose. No obstante, el si te he visto no me acuerdo de los dueños de La Oreja de Van Gogh a Leire Martínez, la solista del grupo desde hace dieciséis años, contiene elementos que trascienden el chismorreo que acompaña a las movidas de la industria musical.

Contagiados seguramente de la polaridad que impregna todo, los seguidores de dicha banda se han posicionado enseguida a favor de una u otra oreja, es decir, de la despedida Leire o de su antecesora en el puesto, Amaia Montero, que regresaría a él, pero pocos han reparado en la obscenidad del mercantilismo que determina lo que pueden escuchar y cómo, bajo qué falso envoltorio. Como se sabe, los componentes de La Oreja no sabían tocar sus instrumentos al principio, y, bueno, nadie nace sabiendo, pero es que ellos querían grabar un disco. La casa discográfica también, pues intuyeron que sus azucaradas canciones podían ser rentables y que Amaia, la única que sabía defenderse, podía funcionar, de modo que en su primer disco hicieron un Milli Vanilli y llamaron a músicos de verdad para que, fingiendo que eran los de La Oreja, aquello sonara decente. Los nombres de los músicos que sonaban, los únicos que sonaban, figuraron en la carátula del disco como «colaboradores».

Eso fue hace mucho, al principio, hace veintitantos años, y se ve que con el tiempo, poco a poco, los de La Oreja aprendieron a tocar, pero lo que nació como un estricto producto mercantil ha seguido siéndolo, pues Leire, la vocalista que sustituyó a la original cuando ésta se marchó a hacer la guerra por su cuenta, hemos descubierto que no era del grupo propiamente, sino una empleada, una empleada despedible, y la han despedido. Y la han despedido, además, a través de una nota de despido lamentable. La Oreja de Van Gogh se ha quedado, de momento, sin oreja; lo mismo lo necesitaban para poder cambiar la que tenían por otra.