La semana política que empieza
El forajido cabalga de nuevo
El diccionario de la Real Academia dice que ‘forajido es un delincuente que anda fuera de poblado, huyendo de la justicia’. O sea, Carles Puigdemont. Me sorprende que ya no cause escándalo, sino que se haya convertido en costumbre, que un alto representante del partido que nos gobierna a todos los españoles se rebaje a viajar a la guarida del forajido para negociar con él lo innegociable y permitir así que el Gobierno del Reino de España siga ejerciendo el poder. El forajido es, además de un maestro en fugas que ni Houdini, hombre de escasa palabra, como todo forajido que se precie: dijo que se retiraría de la política si no ganaba la Generalitat de Catalunya, presidencia que un día malbarató, por cierto, por su mala cabeza.
Y no solo no se ha retirado, sino que ahora quiere volver a dirigir formalmente, desde el ‘exilio’, ejem, su partido, Junts per Catalunya, que fundó en 2018 y que ha perdido por completo la más mínima noción de rumbo político, táctico o estratégico: ya ni siquiera basa sus postulados en una independencia que pierde fuelle en las encuestas del ‘CIS catalán’. Ya solamente importa que el forajido regrese a su poblado, triunfante sobre el sheriff, sobre el juez de paz y sobre los ciudadanos cumplidores de la ley, que se creyeron, los pobres, que el forajido acabaría en prisión, como prometió hacer, y no cumplió, el gran Marshall.
Sí, Junts celebra su congreso el próximo fin de semana, y de él saldrá seguramente un Puigdemont al frente, una dirección heterogénea y una militancia aún más desconcertada de la que entre a este congreso, que se anticipará un mes a los que celebren Esquerra Republicana de Catalunya y el propio PSOE. Cuánta movida, Señor.
El hombre que actualmente dirige Junts desde las sombras, y a partir de la semana próxima seguramente lo hará desde la luz, aunque también, qué remedio le queda para seguir siendo un forajido, desde la lejanía, está encantado, dicen quienes han hablado con él, de controlar todos los hilos del Estado al que quiere destruir, suprema paradoja en el país de las paradojas. Tiene poder sobre el presidente del Gobierno central, al que impone sus tesis, sus antítesis y sus síntesis ( y sus textos para el Boletín Oficial), y también tiene poder sobre el jefe de la oposición. Y sobre lo que decida o no el PNV. Y Bildu. Y la patronal catalana. Y...
Porque el forajido controla férreamente una banda de siete escaños en un Congreso de los Diputados que anda como pollo sin cabeza. Y esos siete escaños le dan poder para mantener o derribar al presidente del Gobierno de la cuarta potencia europea, ese Pedro Sánchez adulado por sus ministros hasta extremos sonrojantes, pero desafiado y humillado hasta límites más sonrojantes aún por alguien que pretendió dar un golpe de Estado, separar unilateralmente del resto de España a un territorio mediante un referéndum claramente tramposo (yo estuve allí y puedo certificarlo), además, claro, de ilegal.
Como en el far West , el forajido, que llenó de vergüenza a las fuerzas del orden cuando, hop, a la vista de todos se esfumó por segunda vez el pasado agosto, cabalga de nuevo, si es que alguna vez dejó de hacerlo. Y va al galope, además.
El documental de La Moncloa, que se difunde por fin ya en una era otoñal, debería haber incorporado un quinto capítulo a la saga del Lejano Oeste que estamos viviendo, que bien podría haberse titulado ‘el guapo, el feo y el malo’. Siendo el feo el desdichado Abalos, el malo el forajido omnipotente y el guapo... Bueno, a ver quién es el guapo que le dice al guapo que, lo quiera o no, está inmerso en la película de ‘malos’ (los ‘buenos’ somos los demás, los espectadores forzosos) que, desde hace ya demasiados meses, se enseñorea de las pantallas españolas.