Cerrar

AQUÍ Y AHORA LORENZO SILVA

Narrar desde la piel

Creado:

Actualizado:

El descubrimiento se lo debo al festival Getafe Negro, que por estos días celebra su XVII edición, a su colaboración con el Instituto Polaco de Madrid y a la editorial zaragozana La Caja Books, que es la que ha tenido el acierto de traducir al español Al este del Arbat , el clásico de la periodista, escritora y guionista polaca Hanna Krall. El libro recoge los reportajes que escribió durante los años 60 para el semanario polaco Polytika, como su corresponsal en la Unión Soviética. Los textos que contiene son de un virtuosismo inusual en todos los aspectos, desde el pulso narrativo hasta el estilo, de una precisión diamantina, pero hay que anotar que a las tareas que se echa a la espalda cualquier narrador de una realidad dada, en su caso hay que añadir la exigencia de decir la verdad bajo la cuchilla de la censura.

Pondera el editor y con motivo la astucia, la elegancia y la finura con que Krall transmite a los lectores que bajo los logros soviéticos yace una frustración fundamental: los cuatro millones de ajedrecistas ocultan el deseo de libertad que el juego les sacia y la calle les niega, los científicos son «sensatos» en el sentido de que lo último que osan es contrariar al poder y en las fábricas hay veladas poéticas, pero los que acuden a ellas se despellejan —como es habitual entre poetas— y discuten sobre el valor del arte burgués, cuyo mérito comprenden que no cabe negar. Dice Hanna Krall que entre ella y Kapusczinski —el otro gran periodista de la Polonia comunista, mucho más famoso por estos lares— hay una diferencia esencial: que al documentarse él se identificaba con las personas sobre las que escribía, pero a la hora de escribir se separaba radicalmente de ellas, mientras que en su caso sucede al revés, observa con frialdad y es en el trance de la escritura cuando se mete en la piel de sus protagonistas.

El resultado es literatura de la buena, o de la mejor: hay momentos en que recuerda a la bielorrusa Svetlana Alexiévich, que aprendió —según propia confesión— de su maestro Ales Adamóvich —también bielorruso, autor de Jatyn— a recoger las voces de otros, interiorizarlas y hacerlas sonar como propias. Y en la última pieza del volumen, Un hombre y una mujer, escrita ya en los noventa sin el corsé de la censura, nos estremece Krall al entregarnos el testimonio de un superviviente del gulag, que le confía las siete verdades que averiguó allí. «Piensa que el mundo puede prescindir de ti en cualquier momento», es una de ellas. Las otras seis, puedo asegurarlo, tampoco tienen desperdicio.