Decepciones de León
Uno se cansa y no se cansa de glosar las decepciones de León, que lo son menos de León que de sus a veces algo ensoberbecidos e ininteligentes regidores. Se cansa uno porque no ignoramos, desde que lo leímos en Gracián, que «la queja trae descrédito». Y al mismo tiempo no se agota, sino que se renuevan sus bríos, cada vez que uno de esos próceres abre el pico para anunciar alguna de esas decisiones de Maestro Ciruela que padecemos todos, porque no hay forma de escapar o de no tener vela en ese entierro, ya que afectan al conjunto de los vecinos. Uno piensa que no está demasiado lejana la creación de una plataforma de damnificados por las decisiones de los políticos, como las hay respecto a los desastres naturales.
Ha sorprendido bastante a la opinión pública que el alcalde Diez haya hecho suya la posibilidad de reconvertir una vía férrea en una alameda, que al fin y al cabo es una calle peatonal a la que se le han externalizado los coches. ¿A quién le extraña que el alcalde quiera un corredor verde en vez de un servicio público para la trinchera adecentada para que el tren de Matallana llegue de nuevo a la estación de Matallana? El alcalde está en contra de casi todo lo que tenga ruedas y techo para transportar personas, facilitando la movilidad ciudadana. Se trata de una fijación extraña, como de haberse caído de la primera bicicleta. Sólo esa forma de trauma serviría para entender esa obstinación en cerrar calles al tráfico y proponer carriles para patinete en esta Invernalia nuestra, ese agarrarse como un náufrago a la tabla ministerial de poner verduras y parterres para no apoquinar con el proyecto prometido. Es imposible, dice, traer el tren-tram, cuando la variante de Pajares costó 4.000 millones. Y también que la gente ya se ha acostumbrado a no tenerlo, igual que aquella vaca que fue a morirse de inanición justo cuando, vaya por Dios, acababa de acostumbrarse a no comer. Menudo razonamiento de altura. Hay una letra de Ilegales que dice: «para otra cosa no servirás, pero para bailar tampoco sirves». Cambias bailar por pensar y ahí está. Clavado.
Se acumulan las decepciones. Quizá lo único bueno que se pueda decir de ellas es que estamos bien abastecidos: tenemos cantidad y calidad. De aburrimiento no nos podemos quejar. Vivimos en un frenesí. En una exaltación continua.