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Históricamente, la plaza de Regla -sombra de catedral- fue ya desde su construcción el primer escenario de los mercados de la ciudad para verduras, frutas, carnes, peces, quesos, pollos, conejos, pichones, huevos, caza, vinos, salazones... era la plaza madre del huroneo padre... y por eso se instaló en ella la pomposa fuente de Neptuno a finales del XVIII, fuente viajera que en 1931 se ubicaría en la Plaza Mayor y diez años después en su actual emboscamiento del jardín de San Francisco. Esa fuente se necesitaba en La Regla precisamente para lavar verduras y que abrevaran en su pilón las bestias de acarreo que allí llevaban género y material tapizando la calzada de cagajones para perpetuar su agrio olor medieval hasta el siglo XX. Como también el mercado se iría a la Plaza Mayor, la fuente se fue con ellos. Y si se instaló finalmente en San Francisco fue por celebrarse allí las ferias de ganado hasta los años 40 necesitando esa fuente de abrevadero.

Ahora hay lío porque los verduleros y vendedores del mercado de la Plaza Mayor que entra en obras no aceptan el emplazamiento que sugiere el ayuntamiento (parking de San Pedro) y dicen que tienen la Regla como mejor alternativa, lo que al parecer apoyan los vecinos de la zona (la berza a pie de casa) y los comerciantes (más clientes a pie de tienda). Se ignora qué piensa el cabildo catedralicio (más feligreses a pie de misa y de cepillo), o sea, los canónigos que históricamente tuvieron mucho papel en aquellos mercados medievales por detentar privilegios y portazgos sobre la carne, la sal o los vinos. De hecho, un obispo nombrado para este solio leonés en el siglo XVI se escandalizó al ver que algunos canónigos vendían caza menor y mayor en el mismísimo coro de la catedral donde nadie podía arrimárseles con su puesto y, al ver prohibida su actividad, se rebrincaron ante el prelado y pudieron seguir vendiendo perdices en el claustro. Si los verduleros y verduleras logran aquí la bendición del cabildo, el alcalde acabará cediendo (dicen que es bastante papón y que acata la autoridad del cirio).