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LEÓN EN VERSO
Luis Urdiales

Cuando el cuerpo pide tierra

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Envejeces desde que todo lo que tienes por delante no va a mejorar lo que dejas por detrás; ese día, ese puto día, es un momento indiferente del calendario, que suele pasar de perfil, de incógnito. Casi nadie se levanta un miércoles, o sale un domingo cualquiera de la cama consciente de que comienza la cuenta atrás. Le pasa a la gente, le pasa a los territorios; a los perros sin vientos; los tordos, un día lideran el vuelo y, de repente, no son capaces de seguir al bando. León, por ejemplo, ya hace tiempo que se percató de los surcos en las mejillas, los relieves en la sien, las manos descarnadas y la tembladera de labios para contener la babilla que empieza en una fuga por las comisuras de la boca y termina por pingar la camisa mientras ibas a reforzar la conversación a base de sibilantes alveolares retraídas sordas, traicioneras con los besos y otras emociones. Esas eses que jamás afianzaron la autoestima ante los avatares. La vida se puede medir entre el paréntesis que abres cuando le limpias por primera vez el culo a tus hijos y cierras al cambiar el pañal a tu madre. El futuro era una ensalada de sensaciones, que permitía comparar el regusto, los salados con amargos, los dulces y los sosos, los insípidos, para que las glándulas gustativas no arruinaran la esperanza, que es a la espera lo que la fe a la felicidad. Hubo mañanas sin noches suficientes en el mundo capaces de barrer los luceros del amanecer, preñados de la euforia que genera el instante, la certeza del momento. Tu momento. El fin de la sequía comienza con la gota que preludia la borrasca; el diluvio inicia el repliegue con la serenidad que cuela al anticiclón. La vejera le chupa la sangre a la juventud más exuberante. Qué viejos somos y qué tontos fuimos forma parte del estribillo repetido, que se entona suave, con la eterna sinfonía de un silbido que se escapa entre los dientes; sí, por ahí, por el mismo resquicio por el que se da el piro la babilla. La muerte tiene varios trajes para anunciarse en sociedad. Hace bien poco, un leonés se despidió de este mundo con un epitafio en la esquela, nota aclaratoria del contexto de los husos horarios: el baile ha terminado, la música sigue. Cumplir años es jodido, sí; pero lo contrario parece mucho peor. Hasta que no queda otro consuelo.