Diario de León

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A don Ernesto Sáa Villacontilde, secretario que fue del ayuntamiento de Matalascabras (pasando La Bañeza a mano derecha) y autor de un librillo sobre «Costumbrismo funerario y oficios de difuntos en la margen derecha del Órbigo» que le publicó la excelentísima Imputación Provincial «por ser vos quien sois», se le saca fácilmente de quicio y de su rutinaria partida de garrafina con sólo mencionar esa fiesta que ruge miedos de pega en propagandas, escaparates y concejalías de Meneos y Copiaduras, la de Halloween, caricatura barata y carnavalada impropia para un tiempo infantiloide, como él la define de primeras, porque de segundas agarra el verbo imprecatorio y no lo suelta hasta despacharse a gusto mandando que les den por la retambufa a todos los papanatas que caen en su engaño, pues la retambufa, dice, es el conducto elegido por lo yanqui (y estúpidamente preferido aquí) para facilitar la penetración de sus intereses, gustos, películas, costumbres reinventadas y negocios imperiales, viéndose que ya no hay esfínteres que valgan para apretar la mínima honra nacional e impedir tanto empujón violante.

Causa admiración ver cómo en pocos años esa fiesta comprada lejos se convirtió en toda una celebración nacional iniciada a lo bobo en lo comercial y terminada hoy en lo institucional y lo público: ningún ayuntamiento se queda al margen y paga desfiles, paga disfraces y paga plagios. La imparable realidad social derrotó ya cualquier resistencia. Así que cabréese lo que quiera, don Ernesto, pero ya es una fiesta del pueblo que al pueblo gusta y el pueblo gasta. Y pasado mañana por la mañana ya podrán decir que es fiesta muy tradicional, pues como con todas las tradiciones, esta también se inventa, del mismo modo que los astures acabaron inventándose las Saturnales del invasor romano olvidando sus ritos celtas, o los mozárabes cazurros las Fiestas de Locos de los monjes franceses relegando la panderada morabita que segregaba a la mujer. La cultura del rico y del poder siempre acabó imponiéndose. Ríndase a la evidencia, señor Sáa.

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