Atmósfera
Hoy hay atmósfera, don Rafael», le decía el conserje de su vivienda a un buen amigo anunciándole la climatología al inicio de la jornada. El buen hombre trataba de describir así esos días de cielo bajo y turbio. Poco transparentes. Para el conserje, ‘atmósfera’ significaba mala atmósfera. Lo mismo que, aunque en sentido contrario, ‘talante’ significaba para Zapatero buen ánimo. Como si la gente no pudiera andar de mal talante. El caso es que, siguiendo la simpleza con la que el conserje y Zapatero hablaban, podemos decir que en España actualmente tenemos atmósfera y carecemos de talante.
La atmósfera no solo está baja y pesada. Se ha desplomado y anda culebreando por el subsuelo. Mientras, el detentador máximo del talante, después de negociar con un sátrapa en Venezuela, anda ahora en inteligencias, según todos los indicios, con el fugado Puigdemont. Una actitud propia del Bambi de Disney tratar de insuflar buen talante a gente tan poco dada a las buenas maneras. Más le valdría al ex presidente predicar sus virtudes teologales entre la clase política aquí, en España, para intentar que se disipe este gas nocivo que nos obligan a respirar sus compañeros de partido y los miembros de la oposición. Que le dé unas nociones mínimas de talante a la vicepresidenta Montero a cambio de que ella le dé un máster en mímica y pantomima. E ilustre a Tellado en el arte de la prudencia y la abstinencia de arrojar fruta podrida al escenario. No solo son nocivas las sesiones de control al Gobierno. Las declaraciones en los pasillos y el permanente lanzamiento de corrupciones sobrevolando las cabezas de la ciudadanía han creado un aire difícil de respirar. Y si es nocivo para la ciudadanía, más lo es para los lanzadores de basura y para la clase política en general. Porque con ese pimpón de inmundicias solo consiguen la fidelidad de quienes ya están fidelizados y el desapego de aquellos que anhelan respirar otro aire. Menos ‘atmosférico’ en el sentido de aquel buen conserje. La mujer de Pedro Sánchez o el novio de Ayuso no son causa política. Su defensa o su linchamiento no responden a una determinada ideología sino a un uso grosero de la política. El hecho de que en el PSOE —y no digamos en Sumar— perciban una fuga electoral y en el PP huelan la sangre no justifica la saña cotidiana y hurgar como método de hacer política. Porque, a ver si se pueden enterar sus señorías, el problema fundamental de los españoles no es la cátedra de Begoña Gómez ni el fraude fiscal de González Amador por mucho que sean los remos con los que unos u otros pretenden avanzar por el mar —o la charca— electoral.