Diario de León

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Solo la ya amarillenta foto de Feijóo con un contrabandista de tabaco, (amarillenta por el uso desmedido de la misma) ha tenido tanta repercusión como la del presidente del Gobierno con el empresario Víctor de Aldama, caracterizado de «nexo corruptor» en documentos oficiales que lo señalan como un comisionista próximo a los gestores de lo público.

Aquella fue una estampa marina. Y ésta, un mitin del PSOE donde Aldama recibió trato preferente, al menos por su ubicación y acceso a la trastienda, seguramente gracias a su amigo Koldo, asistente del entonces ministro Ábalos, y a su hermano (Rubén de Aldama), escolta del ministro. Claro que un líder no está en la logística de este tipo de actos.

Aquella foto de antaño y esta de hogaño carecen de valor probatorio para acusar a Sánchez o al líder del PP de malas prácticas. Ni en lo político ni en lo judicial. Y en eso lleva razón el ministro Óscar Puente cuando dice que uno no tiene memoria de las fotos que se hace y con quién se las hace, especialmente si ocupa un cargo público como es el caso.

El problema es que el propio presidente del Gobierno se carga la premisa mayor del argumento (falta de valor probatorio de esa foto) con su silencio preliminar a la pregunta de si conocía de algo a Aldama.

Nunca dijo que sí ni que no. Pudo ser torpeza, u otra razón menos confesable la que le llevó a silbar melodías cuando se lo preguntaron.

Eso nos descoloca a quienes sostenemos que la foto no prueba nada. Entre otras cosas, porque se hizo en el año 2019, cuando se estaba trabajando el trato de favor que tan rentable le sería años después para hacer negocios con la Administración (mascarillas, hidrocarburos, rescate de Air Europa, caso Delcy, etc.).

De acuerdo. Todo eso es creíble, aunque la pregunta sigue envenenado el discurso sobre el nulo valor probatorio de una foto: ¿Por qué Sánchez guardaba silencio cuando le preguntaban si conocía de algo a Víctor de Aldama y solo ha respondido a bordo de un avión («Nunca he tenido relación con Aldama») cuando la foto ya había colonizado todos los espacios mediáticos y políticos?

Pudo haber dicho entonces que no lo conocía de nada. Y hubiera sido creíble, incluso después de aparecer la foto, en aplicación de la doctrina Puente sobre las innumerables fotos que un famoso se hace con alguien que se lo pide. Pero no. Aquel silencio es ahora un inductor de coberturas en torno a lo que Sánchez estaba tratando de ocultar:

¿Acaso las relaciones de trabajo de su esposa, Begoña Gómez, con el ya famoso comisionista, que, por cierto, sigue en prisión provisional por el fraude de los hidrocarburos?

Eso parece.

Y eso es lo que ahora se le viene encima al presidente del Gobierno.

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