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No siempre, por no decir rara vez, las personas están a la altura de las causas que defienden cuando éstas son nobles y justas, si bien la distancia entre la persona y la causa parece ser, en el caso de Íñigo Errejón, enorme. Pero las denuncias que se han vertido recientemente contra él en relación a su trato con las mujeres, particularmente infame en el terreno carnal, bien que sólo una hasta el momento ante la Justicia por presunta agresión sexual, apuntan a la extensión de la violencia que padecen las mujeres más allá de su caso concreto, reduciendo éste, a agrandándolo, a referente simbólico máximo de esa insania moral y social que no cesa pese a los avances habidos, muchos de ellos cosméticos lamentablemente, en el esfuerzo por el respeto y la igualdad.

No siempre las personas están moralmente a la altura de las causas que defienden cuando éstas son justas y nobles. Es más; diríase que en esas buenas causas se refugian a menudo indeseables de toda laya, a fin de camuflar su verdadera condición y obtener, merced a ese bello disfraz, la consideración, la influencia y el poder que no merecen. El feminismo de Errejón pertenecería, según se desprende de lo que en principio se va sabiendo y de lo que él mismo insinuó en su retorcido mensaje dimisionario, a esa esfera de la falsedad, pero no sólo su apócrifo feminismo, sino todo o casi todo él.

A uno, los creadores de Podemos le parecieron siempre, escrito está, unos farsantes, y varios de ellos lo han venido confirmando con sus hechos, pero uno creía que su farsa era política y que no llegaba, en lo personal e íntimo, al mismo grado de mendacidad. Uno se equivoca mucho, mas no creo hacerlo al suponer, por otra parte, que esto de Errejón, tan asqueroso, está valiendo a muchos de sus actuales debeladores para disfrazarse también, mostrándose, por contraste con él, como ángeles sin mácula, como adalides de la causa más noble y más justa.