El niño era el emperador
El principio, la pregunta solo la escuchaba en entornos concretos como presentaciones de libros, en conferencias con subtítulo en la convocatoria o en alguna barra de bar llena de periodistas: ¿tú separas al autor de su obra? O lo que es lo mismo, eres capaz de disfrutar de un libro o una película sabiendo que el autor es un supremacista nazi o un misógino o un maltratador. Ahora la pregunta nos interpela casi a diario, en cualquier contexto, y no solo porque cada vez es más frecuente que salga a la luz la verdad que desnuda a los emperadores, sino porque exigimos una ejemplaridad a todo lo que nos rodea. Y ahí está la tragedia, que la exigimos hacia fuera sin fijarnos en lo de cerca, y así nos luce el cuento. ¿Qué harían si un día descubrieran que su mejor amiga defrauda a Hacienda, que su cuñado va a vender un coche defectuoso a sabiendas, que su compañero de pádel es un acosador o que uno de los máximos defensores de las políticas de igualdad abusa sexualmente de mujeres? Pienso estos días en el niño del ‘El traje nuevo del emperador’. Su dedito acusador en el cuento de Hans Christian Andersen nos hizo mirar al púlpito para descubrir la verdadera naturaleza del poderoso. Sin embargo, nunca nos llegamos a fijar en el niño que señalaba la puerilidad ajena desde abajo. Pues bien, estos días, el niño ha resultado ser el malo de la narración, un niño rodeado de un equipo que ha ocultado —o ignorado, que no sé si es peor— sus tropelías. ¿Qué hacemos entonces con el autor y su obra: la separamos, o el feminismo y la lucha por la igualdad es también un traje invisible? «He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona», dijo Errejón en su carta de despedida. Pues entre la confusión y la rabia, a lo que estamos asistiendo estos días es al estupor de descubrir que hay algo inseparable entre el autor y su obra, y es la responsabilidad colectiva que consiente estos cuentos. Hasta tal punto se ejerce la violencia contra las mujeres en las relaciones de poder que el niño que apuntaba con su dedito a todo lo reproblable, ese mirlo blanco de discurso impecable e intelectual de moralidad contagiosa, ha sido el villano delante de nuestras narices sin darnos cuenta. ¿Tan tontos somos o es que los que estábamos desnudos éramos nosotros? Vamos en pelota picada, y por mucho que escribamos o debatamos, nada nos tapa la vergüenza de formar parte de una sociedad que silencia el culmen de la hipocresía. Las víctimas de Errejón son las mujeres, las que han presentado la denuncia y también las que aspiramos a una igualdad que no practican ni quienes la defienden.