Diario de León

CUARTO CRECIENTE
Carlos Fidalgo

Ecos de la Revolución

Creado:

Actualizado:

Francisca Fernández recibió un balazo en las tripas por defender a su yerno sordo de los soldados que en la tarde del domingo 7 de octubre de 1934, atravesaban Torre del Bierzo para sofocar la Revolución en Bembibre, donde los mineros habían quemado la iglesia de San Pedro, habían incendiado todos los Santos en la una hoguera en la plaza Mayor, pero habían salvado a un Sagrado Corazón de Jesús por el manto rojo que vestía.

Era el Cristo Rojo —«a ti te respetamos por ser de los nuestros», le pusieron los mineros en un cartel—, el Cristo de la barricada.

En Torre del Bierzo, Francisca Fernández se retorcía de dolor en la carretera. Los soldados habían disparado a su yerno, asomado a la ventana de la galería de su casa, porque no había obedecido la orden de encerrarse en la vivienda. No podía oírles. Estaba sordo. Pero los soldados no apuntaron bien, o dispararon a fallar, y las dos balas se incrustaron en la madera de la galería.

Asustada, Francisca Fernández salió corriendo de la casa para avisar a los soldados de que su yerno no podía oírles. Y fueron los militares los que no la oyeron a ella, porque le descerrajaron un tiro sin contemplaciones, un disparo que con mejor puntería le alcanzó en el vientre.

Así que tenemos una serie de ecos muy poderosos de aquella revuelta en el Bierzo; un Cristo Rojo en una barricada, al pie de una iglesia incendiada; un hombre sordo que se esfuerza por oír lo que le dicen los soldados que están a punto de dispararle porque no les obedece; y unos militares, armados con fusiles, nerviosos, que tampoco oyen a la mujer que corre hacia ellos mientras grita que no le disparen a su yerno porque no puede oírles.

A la iglesia de San Pedro la reconstruyeron. Y colocaron un Cristo con los brazos abiertos en lo alto de la espadaña.

El Cristo Rojo se ha convertido en una leyenda. El Cristo de la barricada.

Y Francisca Fernández sobrevivió a aquel disparo. Lo cuenta su bisnieto Manuel Fernández Villatoro mientras muestra la galería donde quedaron incrustadas las dos balas. Dos disparos que no oyó su destinatario y que no se ven hoy en día porque una chapa metálica cubre la vieja galería. Pero están ahí, y si uno cierra los ojos, todavía escucha su eco en las montañas.

tracking