Una calle para Aranzazu Berradre
El fenómeno de la temporada tiene también su apéndice en León. Y no me refiero a ese fundido en negro en el que acabó sumido el Balón de Oro —un año más puso en evidencia sus vergüenzas—, y que llegó literalmente por la espalda a un Rodri al que le recuerdan sus raíces bañezanas.
El acontecimiento exitoso en taquilla y público lo protagoniza una singular película, que termina de algún modo con décadas de silencio clamoroso sobre ETA. En cualquier país, los creadores de literatura, cine o algún tipo de lo que se podría llamarse artes dan su visión de los principales problemas, incluido el terrorismo. Pero aquí no. Apenas pinceladas y con ese tufillo habitual del cine, con guardias civiles groseros y agresivos, y con etarras de gran corazón. Por ello, La infiltrada tiene un valor singular. Incluso por la valentía, que genera algún sonido gutural en las salas de cine, al incluirlo todo, hasta claras referencias a los excesos policiales cometidos en la lucha contra los terroristas.
Aranzazu Berradre es el nombre empleado por una policía nacional que se infiltró en el comando Donosti, salvó varias vidas y facilitó la detención de algún terrorista. El nombre de Sergio Polo, al ver la película, me sonó tristemente conocido. Y con una rápida búsqueda en el móvil comprobé el por qué. La infiltrada consiguió el arresto y enjuiciamiento de un hombre nacido en Francia, de padres gallegos, que una madrugada, allá por diciembre de 1995, se adentró en El Espolón leonés para colocar una bomba bajo el coche de un inocente de 44 años. Su chapuza llevó a que el artefacto fallase inicialmente, por lo que explotó ya en Ramón y Cajal matando al comandante Cortizo y dejando malherida a su joven hija. Aquel día se produjo un auténtico milagro, una especie de gordo navideño , con calles llenas de gente en plenas compras navideñas y con cientos de chavales saliendo de varios centros escolares.
Permítanme que apunte un dato del final de la película. Un pecadillo imprescindible. La agente que se camufló como Aranzazu vive ahora en el extranjero. Pero se merece un monumento en esta ciudad. Logró que Sergio Polo rindiese cuentas ante la Justicia, aunque aún fueron necesarios años de esfuerzos para reunir pruebas y alcanzar su condena en 2018, por aquella aberración que hizo temblar León el 22 de diciembre de 1995.