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Esta semana tengo que darles las gracias a Florentino Pérez y a Vinicius Júnior, dos hombres humillados, hundidos, sacudidos por la desgracia. La gente siente un placer muy retorcido al ver llorar a los multimillonarios, pero debemos comprender que también tienen su corazoncito. Les queda justo arriba de la billetera; los cirujanos a veces lo han visto.

Cojamos, por ejemplo, el caso de Vinicius José Paixão de Oliveira Júnior, un chaval tan humilde que decidió prescindir de una onomástica tan exuberante para llamarse Vini a secas, como si acabara de salir de las Tres Mil Viviendas y anduviera en patinete por las calles de Sevilla. Florentino, en cambio, hace tiempo que alcanzó la dignidad monárquica de ser conocido solo por el nombre de pila.

El niño Vini juega al fútbol con soltura, pero coge rabietas. Eso no lo ha trabajado bien Vinicius Sénior, que no se ganará la vida como columnista de la revista Ser Padres. Vini pensaba que le iban a dar el Balón de Oro y se cabreó porque los votantes le dieron el juguete a otro chaval, un tal Rodri. A Florentino, muy convincente en su papel de abuelete que va a los partidos de benjamines en plan mi-nieto-es-el-mejor, eso le dolió mucho y resolvió que el Real Madrid no tenía ni que viajar a París. Yo les agradezco a ambos esta decisión porque estaba sin equipo, siguiendo lánguidamente los partidos de la Liga, como si viera documentales, y de pronto tengo un aliciente: ojalá bajen a Segunda. Sería hermoso que, en la próxima gala del Balón de Oro, Vini montara un pollo al verse superado in extremis por Pepe, extremo de la Balompédica Linense, cuando ya saboreaba el puesto número 2.765, que a todas luces merecía.