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No vamos a descubrir ahora que pertenecemos a una especie capaz de lo mejor y de lo peor. Lo que no impide que, siempre, nos sobrecojan las personas capaces de lo más alto, igual que las inevitables rapiñas arrastradas en lo más bajo. Conviven cada día en cada lugar, aunque se muestran mediáticamente en momentos de especial vulnerabilidad y dolor, como el que vivimos ahora. Unos son inesperados ángeles de la guarda y otros previsibles ratas. Imposibles de erradicar, unos desde la inconsciencia de los héroes, otros desde la más abominable miseria del pillaje.

El horror que nos aturde con la dana pone en evidencia las dos caras de las que somos capaces las personas. La del heroísmo anónimo y la solidaridad, y la del saqueador insaciable al amparo del desespero general. Los primeros no serán reconocidos en todos los casos, admirablemente innumerables; pero frente a los segundos sólo cabe la más dura de las sanciones. Y ahí la colaboración de los ciudadanos de bien es impagable.

Miles de personas han acudido a los supermercados devastados por la tromba de lodazal en busca de alimento y agua. Yo también lo haría. En la la desesperación, dejaría mi tarjeta para advertir que saldaría mis cuentas en cuanto sea posible con los negocios igualmente devastados.

No tiene eso nada que ver con los saqueadores. Que no actúan sólo en las desgracias masivas. En Valladolid acaban de condenar a cárcel a un desgraciado que, bajo la funda de un fontanero, desvalijó a una persona vulnerable. Acudió como profesional a solucionar el problema de una caldera y acabó vaciando sus cuentas, de las que sacó casi 80.000 euros y dejó poco más de 100, lo ahorrado con una pensión de poco más de 700 euros.

En las zonas afectadas por el escalofriante desastre natural están aplicando la ley sobre quienes aprovechan la desgracia para robar cuanto pueden. Una norma que cae también sobre ejemplares como el presunto fontanero de Valladolid. Cabe debatir qué agravantes sociales aplicar a estos depredadores sin escrúpulos. La mayoría somos personas de ley y respetamos lo establecido. Mas ¿no cabría la pena de escarnio público en estos casos? A buen seguro poco tienen que perder en su mísera condición. Aunque, en mi molesta opinión, penas como la del paseíllo no estarían de más. Es el principio de la ejemplaridad. Quizá a los desalmados no les dé más. O sí. Que sean mostrados en toda su ruindad. No puede salirles gratis.