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Otra vez vuelve a escena la mochila de supervivencia tras la hecatombe en la España martirizada como nunca por una dana feroz y atroz. Todo el mundo debería tener esa mochila lista a mano porque en caso de catástrofe lo que ahí va garantiza sobrevivir tres días, que es lo que se estima hasta que la situación pueda estar atendida por las autoridades, los organismos, entes, unidades militares, protección civil, cuerpos, policías, bomberos, técnicos y hasta la mujer del sheriff que preside una asociación de voluntarios, bendito caos.

Como si fuera una coincidencia profética de lo que se vendría encima a la mañana siguiente con mortal aguacero, el lunes se hacía público un estudio encargado por la Comisión Europea determinando que la UE debe gastar al menos el 20% de su presupuesto en seguridad y preparación para las crisis climáticas. Y un 20% es una burrada si hablamos de un presupuesto anual de dos billones de euros, cuatrocientos mil millones pues para prepararse y reparar los zarpazos climáticos que ya se están dando y dejando detrás una deuda que será letal hasta poder finalmente recomponer la figura. Ese epílogo terrorífico y demoledor se vio en Italia hace dos semanas y ahora aquí con su balance terrorífico y demoledor. Muchos muertos. Muchos daños. Muchas lágrimas. Y una gran pena nacional de Algeciras a Santoña, un vivo condolor en el que coincide este cainita país que sólo borra tirrias y fronteras cuando la Providencia se despacha tan injustamente y a lo bestia (algo es algo; y que no se pierda nunca ese buen fondo que deberíamos seguir trabajando para no perder tanto tiempo ni humor; nos gusta la solidaridad de vez en cuando, tranquiliza conciencias).

Y la mochila individual esa ¿qué lleva exactamente?... agua y pastillas potabilizadoras, botiquín, alimentos no perecederos, conservas, fuego, vela, silbato, cuchillo multiusos, cinta americana, linterna, señalizadores, teléfono, pilas, sedal, cuerda, espejo y más... pero después viene la catástrofe y te pilla en el coche que te lleva a la muerte.