El aullido de la naturaleza
Un amigo de Sri Lanka me llamó alarmado tras conocer la catástrofe de la Dana en Valencia porque, desde el otro lado del mundo, no se distinguen las regiones y ha vivido en carne propia la devastación de los tsunamis que azotan su país cíclicamente, con la suerte de salvar la vida sentado en cuclillas durante más de 24 horas sobre un tejado que fue su bote de salvación.
No fui capaz de explicarle que, aquí, en el norte profundo, el otoño nos ha regalado una meteorología tan benigna como extraña. Me limité a decirle que la situación en el sureste del país es horrible y que en nuestra región estamo a salvo. No le conté que hay hojas secas que son incapaces de desprenderse de los árboles como si el otoño se hubiera congelado en un verano artificioso. Que el refranero no atina. Y por los Santos, no hay nieve en los altos como dejó anotado la sabiduría popular en el libro de la tradición oral.
La gota fría ha hecho estragos en el Mediterráneo desde tiempo inmemorial. Lo insólito es la intensidad de la Dana del 29 al 30 de octubre y la magnitud de los daños, que aún no sabemos hasta dónde alcanzarán, con más de 200 muertes confirmadas.
La política
Como inaudito es que haya partidos que niegan el cambio climático y gente que los vota. A quienes advierten del peligro del calentamiento global y de las líneas rojas desde hace años, como el científico leonés Antonio Turiel, se les tilda de apocalípticos o profetas del acabose. La apocalipsis nos ha visitado esta semana y lo hará con más frecuencia si desoímos el aullido de la naturaleza. Y, más allá de los negacionistas, la sordera de un mercado inmobiliario especulativo que, en complicidad con la clase política, ha plantado casas por donde las torrenteras tienen su camino natural, llamense barrancos, ramblas o zonas inundables.
Tiempo habrá de evaluar lo que se pudo prevenir o no con decisiones más acordes a los avisos de alerta de la Aemet y, si las víctimas lo promueven, de sentar a alguien en el banquillo. Por de pronto, es cuestionable un estado autonómico incapaz de coordinarse con el Gobierno central y deplorable el cainismo político de sus jefes, incapaces de someter su ego al interés general ni en la mayor de las desgracias ayudados por los palmeros habituales.
El crecimiento demográfico de las últimas décadas en toda la costa mediterránea no es ajeno a la magnitud de los daños. Es tiempo de salvar vidas y paliar daños pero no me puedo sustraer a una reflexión. ¿Queremos seguir con este modelo territorial y económico depredador que excluye del desarrollo, y por tanto despuebla, grandes extensiones de la España olvidada mientras satura las grandes ciudades, descarna las zonas ‘atractivas’ para el turismo y contamina los terrenos de la agricultura intensiva? ¿Tenemos que seguir las zonas sacrificadas dando energía (falsa energía verde) a este dislate?