Misterioso corazón
Vaya, para algunos el problema lo crearon los reyes, por haber ido a Paiporta. Se les había avisado, dicen. Pero quisieron ir, incluso para catalizar el sufrimiento y la rabia. Y les honra. Sin duda, no se arrepintieron de haber acudido, sino de no haber podido hacer más. La tragedia está radiografiando tanto grandezas como mediocridades, incluso vilezas. La majestad es conducta, no solo un tratamiento formal. El barro de las calles será limpiado, la suciedad de Puigdemont permanecerá en la memoria; declaró tras la visita de los reyes: «Enfangados hasta la corona, se marchan con el rabo entre las piernas». Palabras viles que fueron contestadas por el presidente García-Page: «aquí el único que ha huido ha sido el presidente de Junts y en el maletero de un coche». Gracias, majestades, por no ser de papel couché. Por la noche, la alcaldesa Paiporta dirigió un mensaje en el que pedía no extender a toda la localidad el comportamiento condenable de una minoría violenta. El llanto, la indignación y la rabia eran legítimos, no así unas acciones que además todo hace sospechar que estaban orquestadas por intereses ajenos a los hechos. España late hoy con un mismo corazón y el dolor nos hermana. Somos uno.
A la vez, están nuestros propios adioses, esperados pero también dolorosos. El viernes, me escribió mi amigo Nicanor Cardeñosa, desde Cataluña, compañero de la vieja redacción de Lucas de Tuy, para comunicarme que su madre había fallecido esa madrugada. Murió en paz, me dijo roto pero sereno. La amistad es puerta siempre abierta. Es muy bello el amor de los hijos adultos por sus padres ya ancianos, aceptar su muerte como inevitable no resta necesidad de consuelo. Ha sido un buen hijo, el mejor título que la cátedra de la vida puede otorgar. Y ella, una gran madre; en los días soleados y en los tormentosos.
Mientras escribo, me entero del fallecimiento en un hospital de Denia del leonés José Luis Pérez Soto, marido de Camino Gallego; fueron excelentes periodistas hasta su jubilación, pero nunca se jubilaron de ser buenos, ni de contribuir a hacer mejor este mundo. Sí, la bondad es el gran cobertizo frente a las tormentas de dolor. Te queremos, Camino. Te seguiremos queriendo, José Luis.