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Gobernar no es usar un coche oficial; ni nombrar a los amigos sin preparación a que dirijan empresas públicas, que se destrozan económicamente; ni multiplicar el número de asesores; ni usar los vehículo oficiales, sea un automóvil o un avión, para actos particulares. Gobernar no es inaugurar obras, llevadas a cabo con el dinero de los contribuyentes, como si hubieran sido pagadas con el bolsillo del inaugurador o la inauguradora. Gobernar no es mentir para tranquilizar a la población, ni fomentar las rivalidades políticas, ni levantar muros, ni estimular los odios.

Gobernar es gestionar los medios que los ciudadanos ponen en las manos de los políticos con honradez y honestidad. Y saber que el gobernante está al servicio de esos ciudadanos, y por ellos trabaja, y a ellos les dedica su tiempo, y que todos, no sólo son iguales ante la Ley, sino iguales en respeto, y que la discriminación por cualquier motivo, es un acto alevoso de prevaricación.

Gobernar es estar preparado ante las contingencias, y conocer que la responsabilidad no se anula, sigue los fines de semana. Gobernar consiste en estar a la altura de las circunstancias extraordinarias. Gobernar no es asegurarse el puesto de gobierno con pactos tan llenos de beneficios para unos pocos como perjudiciales para la mayoría. Los días finales de octubre y primeros de noviembre han sido horrorosos y terribles. España, la cuarta economía de la UE, ha aparecido ante nuestros ojos como un país tercermundista, que ni siquiera sabe contar los muertos. Menos mal que, en medio de la tardanza, el caos, el desastre y, sobre todo, el inmenso dolor de las víctimas que aun no saben si podrán enterrar a sus muertos, el pueblo llano ha ofrecido una lección de solidaridad.

Muchos nos hemos acordado del cantar del Mío Cid: «¡Dios qué buen vassallo! ¡si oviesse buen señor!». Los vasallos de España han demostrado que llevan dentro un pequeño Cid, que sale a la superficie, si es requerido. ¡Lástima que estén tan mal gobernados!.