Marginalia. León
A un cacique que mandaba llover en León le atribuyeron el dicho: ese tema me interesa, mantenme al margen. Se lo espetó a un subordinado cuando le daba cuenta de alguna operación cojonuda para apañar billetes. Si lo dijo, que pudo ser, no se trataba de un error, como llegaron a interpretar los abogados de secano que creen tener el mandato divino de la superioridad de criticar todo lo que se mueve. Los márgenes dan holgura a quien dispone de ellos. Otra cosa es estar al margen y querer meterse en el contorno de la prosa, desde esa marginalia idílica que a partir del plurale tantum del margo, inis latino construye el marco divisorio para la humanidad, las dos orillas del mundo, las riberas y los ribazos, los principales y los otros. La marginalia reservaba un espacio libre, un territorio en blanco, en los cuatro lados de los manuscritos, y allí se reunieron algunas de las más esplendorosas creaciones, análisis, apuntes, al margen de la reserva y contenido que motivó la obra. Marginalia es una máquina de crear marginales; a ver quién, después de los manuscritos y de la era Gutemberg a esta parte, no sucumbió a la tentación de dejar su aportación marginal, al margen, que es donde vivimos los marginales, pertenecientes o relativos al arrabal, que estamos al margen, en la extremidad u orilla de las cosas. Uno sabe si es marginal al descubrir donde empieza la linde; el tiralíneas del margen que nos hace ciudadanos sobrantes, con el sentimiento de pertenencia a la marginalidad. Marginalia. Ahí estamos, los desterrados hijos de Eva, en este valle de lágrimas. Diputado no achica agua. Qué esperar de un Gobierno que amasa a los vulnerables mientras hornea a los marginados. Ha tenido que sobrevenir otra desgracia para que la gente se percate de que la nación subsistía al margen del estado; y que si el estado cruza el paso fronterizo no es para espalar barro, si acaso para recordar que los márgenes son infranqueables, y que si naciste marginal, morirás marginal; otra condición que se transmite de generación en generación, como el gen de la pobreza, y pasa de padres a hijos, igual que el hoyuelo en la barbilla, la sonrisa al bies o la nariz aguileña. El estado de las autonomías es un puto albañal. Ya lo sabíamos en León; en otros lugares se desayunan ahora; Pedro, mientras, se abre paso y huye de los marginales.