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Las máquinas avanzan implacables para abrir una Ronda Interior que alterará para siempre el Espolón, justo allá donde los más veteranos recuerdan a Ataúlfo con su cartel ‘Curas y monjas a trabajar’. Leyendas urbanas y bulos se entremezclan sobre sus repuestas cuando era interpelado sobre su experiencia laboral... Le llamaban el comunista aunque quizá tenía un poco más de anarquista. Le recordaba al resurgir ese eslogan tan manido cuando las cosas se complican entre quienes no son muy partidarios de la asentada normalidad democrática que vivimos. Su ‘Estado fallido’ resuena periódicamente cuando el sistema prueba que tiene algo de Iglesia, esa sobre la que muchos curas comentan que está claro que algo tiene que sostenerla si es capaz de seguir viva durante 2.000 años cuando los propios curas hacen todo lo posible por cargársela.

Lo que falla es otra cosa. No es cuestión del motor, es más bien de pilotos. A estas alturas ha evidenciado que es capaz de parar las acometidas más tremendas.

Pero vivimos en una especie de trampa permanente, alentada por quienes son colaboradores necesarios de los que tensionan y mienten sin reparo. Esos que permiten y alientan que se juegue con vidas humanas, con tragedias de unas dimensiones que algunas familias arrastrarán durante generaciones. Ese afán por el ‘todo vale’ para ganar la partida de no se sabe bien qué ‘juego de tronos’. El uso y el abuso desde las poltronas es la auténtica tragedia que ha fallado una vez más. Sobran casos en la historia de España de ese afán manipulador para esquivar responsabilidades y fracasos, y señalar al otro. Es posible y probable que tengan bastante razón los que insisten en criticar que esta especie de reino de taifas en que ha desembocado el llamado Estado de las Autonomías sirva, en ocasiones como ésta, para complicar las respuestas frente a las necesidades evidentes y urgentes de los ciudadanos. Pero ese debate, que quizá habría que afrontar de un modo pausado, sereno y eficaz es totalmente imposible, porque el reparto actual de poder otorgar la última palabra de las decisiones a los cuatro -tal cual- diputados privilegiados que se eligen en los territorios más privilegiados. Nadie se va a atrever a poner el cascabel al gato, y todo queda ahora pendiente de que un nuevo Errojonazo o alguna desgracia que aparque el foco de Valencia, para que tanta tragedia como hay allí se despeñe hacia el fondo del olvido, quizá como un volcán al más puro estilo canario.

Lo que ha cambiado es que a Ataúlfo antes lo veían cuatro. Y le escuchaban dos. El desequilibrio llega con los nuevos altavoces ‘online’ que facilitan un macroescaparate que impide discernir. Ese ‘estado’ de ruido fallido.