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Los aztecas, como teatraliza maravillosamente el musical Malinche, de Nacho Cano, hacían sacrificios humanos a los dioses para aplacar su ira y que no les castigase con lluvias aciagas o sequías funestas. Aquí estamos lamiéndonos las heridas y lanzando el fango unos a otros como en las pinturas negras de Francisco de Goya después de que el dios de la lluvia haya llorado sobre Paiporta y tantos pueblos del cinturón de la capital valenciana. Aquí no hay sacrificios humanos que en la civilización política del siglo XXI se llaman ceses y/o dimisiones, para aplacar, no a los dioses, sino al pueblo soberano que es su equivalente. Pero más pronto que tarde, el dios de la política moderna va a exigir su ofrenda, el sacrificio de algún responsable del caos. Nadie quiere dimitir porque en nuestro mediterráneo país, dimitir significa ser culpable, no solo políticamente, sino penalmente culpable. Y nadie quiere cesar a nadie porque, lo primero es el partido (mi patria es mi partido) o el Gobierno.

El pueblo doliente y cabreado no se conformará con ese relato. El pueblo quiere castigo. Esto no es un asunto de políticos, de corruptelas de partido, de jueces o fiscales a la greña, de luchas por el poder. El enroque del fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, en su sillón imputado por presuntamente revelar secretos, le trae sin cuidado a la calle que mira distraída la tele. Incluso, el desfile por los telediarios de los Koldos, Aldamas, Ábalos, resbalan a la mayoría más atenta al entretenimiento y los variados chiringuitos de jugones que a los líos de los políticos. Y, sería para nota, que la opinión de la calle entendiera la gravedad de que una vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodriguez, hubiera pisado, o no, territorio nacional, en la sala de autoridades, el espacio aéreo, o la pista de Barajas. No exigirá por ello sacrificios humanos. Pero cuando llega la muerte, la desolación, la quiebra económica empresarial y llama a tu puerta sin que el poder político y administrativo hagan su trabajo, entonces el azteca que llevamos dentro pedirá sangre. Lo de Valencia generará unos efectos tan potentes que pueden acortar la legislatura.