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El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca tiene su lado bueno, se mire como se mire. Vuelve Donald, con su disfraz de Trinaranjus, y a su lado estará otra vez -hierática y solemne- su esposa Melania.

Desde estas líneas queremos pedirle al popular periodista de las noches más temidas Iker Jiménez que deje de alentar bulos sobre las riadas sufridas durante estos pasados días por los valencianos y ataque con rigor científico la única cuestión geopolítica relevante: ¿es Melania una extraterrestre?

De todo este vodevil americano, es el único personaje cuya conducta no tiene explicación ni siquiera desde la psiquiatría. El doctor House podría identificar en Donald y en Elon trastornos mentales reconocidos por la OMS, con síntomas más o menos tratables, ¿pero Melania?

Melania es una esfinge, una abstracción, un imposible filosófico. Siempre ha sido capaz de generar tantos halagos como sorpresas entre quienes se cruzan en su vída. En su primer mandato, sus devotos nos unimos en torno a un lema («Free Melania!») por intuir que había sido secuestrada por el viejo Donald y sufría horribles tormentos. Pero las cosas parecía que nos desmentían.

Hay desnudos que no compensan los grifos de oro e imágenes infernales que Dante hubiera desechado por exageradas. Nos parecía ver en sus mínimos gestos -una caída de ojos, una manita alzada- desesperados gritos de auxilio. Sin embargo, cuatro años después, regresa Melania a la Casa Blanca y esto ya no puede ser un secuestro. Tampoco amor, naturalmente.

Ni siquiera codicia: ¡el precio es demasiado alto! La idea de que Melania sea extraterrestre y no eslovena es la única explicación posible, aunque no sabemos cómo encajaría esto en las leyes antiinmigración. ¡Vete a hacer muros a la ionosfera!

Quizá confíe en que Elon Musk le deje un día el cohete para regresar a su planeta. Si al final lo consigue, los venusianos se van a quedar ojipláticos con sus informes sobre los terrícolas y la institución matrimonial.